De la encrucijada al cuadrilátero.

AEBOX/Sergio Nuñez Vadillo/ — Se suele decir que cuando menos te lo esperas la vida te sorprende con experiencias que nunca esperabas, o te hace participe en acontecimientos únicos e inolvidables que marcaran el resto de tu vida, o, como en mi caso personal, encuentras el significado de la esencia de vivir después de muchos años de búsqueda.

La historia que se narra a continuación esta basada en hechos reales y, posiblemente, numerosos lectores lo puedan extrapolar a temas particulares que, en muchos casos, no se atreven a contar, porque los seres humanos perdemos mucho tiempo por no decirnos las cosas, ya que las cosas más importantes de la vida son las que no se dicen.

Pues bien, el 6 de septiembre de 2014 el boxeador español Kiko Martínez ponía en juego su corona de campeón mundial del peso supergallo versión IBF en Belfast frente al púgil local, el aguerrido Karl Frampton, y yo me disponía a viajar en solitario a Belfast para presenciar ese histórico y memorable combate a celebrar en los astilleros del Titanic.

Es posible que algunos lectores conozcan mi gran pasión a este deporte al que no se llama juego y de todo lo que le rodea, así como mi admiración por Kiko “la sensación” Martínez, al que sigo desde su proclamación como Campeón de Europa en la Cubierta de Leganés, o la defensa oficial del título de Cto. Del Mundo que hizo en Elche, a ambos combates asistí en directo a presenciarlo y vivirlo.

Aunque esta ocasión era diferente, ya que era en Irlanda del Norte y tenía que ir solo, por lo que reflexioné con calma y tras mucho analizar la situación me decidí a viajar, pues era una ocasión única y las vivencias que podía disfrutar iban a ser inigualables. Y así fue como en julio saque los billetes y la entrada por tictacticket de United Kingdom.

Al llegar la fecha del viaje de ida los nervios empezaron a hacer mella en mi cuerpo débil de maratoniano, pero con lo días fueron decreciendo tras observar por la prensa la expectación que había causado el combate. Además, llevaba tiempo deseando visitar Belfast, al ser una ciudad plagada de historia y conflictos civiles, para ello me leí un libro que contaba con detalle la ocupación Británica de la isla y las luchas civiles que han existido y existen en la actualidad.

Y como el destino es caprichoso, me acordé que la hermana de un amigo talaverano vive allí con un chico autóctono, ya que al realizar en Belfast los estudios de Erasmus conoció a un chico del que se enamoró y desde entonces son pareja. Por lo que hablé con mi amigo para que su hermana me aconsejara cosillas de la ciudad, así que mensajeandome con ella se ofreció para ir a buscarme el día de llegada y pasear por la ciudad, a lo que accedí sin problema. Paralelamente por medio de un conocido me facilitó el teléfono de Gabi Sarmiento, que es el entrenador de Kiko, para que le

llamara una vez que estuviera allí para que me dijera el hotel donde estaban alojados y así poder visitar al campeón y saludarle. Estas dos formidables noticias hacían que, incluso antes de viajar, la experiencia prometía grandes emociones.

Siempre he dicho que no se sí realmente, fui yo quien descubrió el boxeo o, por el contrario, fue el boxeo quien me descubrió a mí. Lo cierto es que desde que empecé a practicar este deporte al que algunos denominan “el noble arte” no he podido despegarme de él desde entonces, entrenando, asistiendo a veladas, informándome, viendo películas, leyendo libros y escribiendo.

Tiene fama de “violento” pero el boxeo es algo más que un simple deporte, es un estilo o forma de entender la vida. Todo aquel que nunca se haya subido a un cuadrilátero no puede saber lo que es el deporte de las 16 cuerdas. Sacrificio, honor, valor, esfuerzo, pundonor, disciplina, fidelidad… estos son los valores primordiales de mi deporte, es por ello que la persona que no posea estos principios, por supuesto que no le gustara el boxeo, sino otros deportes de los llamados mayoritarios que gustan a todo el mundo.

Un día oí decir que “la vida es como el boxeo, das y recibes golpes”, y lo cierto es que esta frase es verdad, en la vida como en el boxeo se reciben multitud de golpes, aunque los golpes que más duelen son los que da la vida. No es más fuerte el que no cae, sino el que antes se levanta porque te tienes que levantar aunque te hayan tumbado y nunca tirar la toalla.

En el mundo del pugilismo los boxeadores son campeones aunque nunca se hayan subido a un ring, porque en muchos casos han ganado el combate de la calle.

En la vida como en el boxeo es más importante no encajar golpes que golpear al rival, de eso se trata, de provocar al rival, esquivar sus puños, mantener la distancia, la guardia siempre alta, ser noble, y en el momento que el rival se descuida, golpear.

Aunque “hostias” las da cualquiera, pero eso no es boxeo.

La vida tiene varias etapas, en boxeo son asaltos; llega el momento de la madurez, en boxeo se pasa de amateur a profesional; se empiezan a tomar decisiones importantes, en boxeo se eligen los combates o se disputan campeonatos; en la vida te llevas alegrías, en boxeo victorias; también sufres desilusiones, en boxeo derrotas; a veces tienes momentos de debilidad y piensas en dejarlo todo, en boxeo piensas en tirar la toalla; aunque hay un hecho muy paradójico y significativo: en boxeo tienes que luchar contra el rival, a pesar de que el autentico rival es uno mismo. En la vida hay que luchar contra nosotros mismos y contra muchos rivales.

Y por fin llegó el día del viaje. Amanecí muy temprano en Talavera para coger el autobús que me llevará a Madrid y continuar con el metro hasta Barajas. No espere mucho a la hora de entrar a embarcar debido a que llevaba la tarjeta de embarque impresa y, nada más entrar en el avión, viendo la apariencia de los compañeros de vuelo, aprecié que era el único que iba a ver el combate, lo que me convertía en un privilegiado. Durante el trayecto lo ocupé en seguir leyendo el libro sobre Irlanda que me informaba sobre monumentos de obligada visita, aunque a mi lo que más me interesaba eran los barrios católico y protestante por el elevado contenido emocional e histórico que contemplan.

Y llegué a Dublín, capital de Irlanda, ahora lo que tenía que hacer era pillar un billete de autobús para ir a Belfast, y así fue, había mirado por internet donde se compraba el billete y salida del bus, por lo que, de momento, estaba todo controlado. Mientras esperaba un señor de avanzada edad que pululaba por allí me hizo varias preguntas sobre mi procedencia e intenciones de visitar la isla irlandesa, y en un discreto inglés-talaverano me defendí, pero lejos de pensar que el anciano se fuera resultó que estaba al día del combate de boxeo y no se fue hasta que llegó el bus. Fui nunca mejor dicho “salvado por la campana”.

El trayecto de 2 horas de Dublín a Belfast fue realmente maravilloso, verdes praderas inundaban todos los parajes, valles y colinas plagadas de vegetación y frondosos arboles, rebaños de ovejas y manadas de vacas pastaban plácidamente viendo pasar el tiempo imperturbable a su alrededor.

La llegada a Belfast estuvo plagada de magnetismo y magia, pues empezó a llover levemente con esa lluvia ligera típica de Irlanda y el bus transito por una calle próxima al barrio católico y pude ya apreciar extensos murales con banderas y leyendas que alababan la lucha armada. Verdaderamente estaba en una parte de Europa muy distinta a la convencional.

Al llegar a la estación cogí en la oficina de información un plano de la ciudad para localizar el hotel donde me hospedaba y, seguidamente, llamé a Gabi Sarmiento con la intención de que me dijera donde estaba alojado Kiko para poder saludarles. Y así fue, me dijo el nombre el hotel y allí me presenté. Llamé a mi contacto talaverano para que nos viéramos y me dijo que se acercaba al hotel donde iba a conocer de primera mano al campeón.

Tras esperar unos minutos que terminaran de comer me acerque a Gabi para decirle que era el chico que le había telefoneado y muy amablemente me presentó a Kiko. Nos estrechamos la mano y mientras nos hacíamos una foto le dije que le iba a traer suerte porque había ido a verle en Leganés y Elche y en estos dos combates había ganado, por lo que esta vez sería igual. El campeón me contestaba con monosílabos,

señal inequívoca de su concentración. Al despedirnos me saluda calurosamente y me dice que espera no defraudarme.

Al rato llegó mi colega talaverana y nos dispusimos a pasear por la ciudad, conocer los astilleros del Titanic Quarter en donde se disputaría el combate, visitar la Catedral, el Ayuntamiento, tomar “pintas” y hacer el checking en el hotel. Luego junto a su pareja cenamos comidas típicas de allí y me llevaron en coche a visitar los barrios católico y protestante. Una experiencia impresionante por el elevado contenido histórico de esas zonas de la ciudad antagónicas y endogámicas.

El sábado 6 de septiembre era el día señalado, aproveché la mañana y parte de la tarde para pasear y conocer en solitario la ciudad y percatarme que toda la población estaba volcada con el combate, algo envidiable, mucha publicidad adornaba las calles y los viandantes se agolpaban en los escaparates para ver en las pantallas informativas los videos promocionales de la velada. Era un día de fiesta en Belfast.

Salí pronto del hotel en dirección al Titanic Quarter, ya que tenía el justificante de la compra de la entrada por internet y tenía que canjearlo y no quería que hubiera problemas. Una vez en los aledaños de los astilleros el público irlandés llegaba en masa al recinto y el ambiente y olor a boxeo iba apoderando mi cuerpo excitado por momentos. Eso sí, ni rastro de españoles, llegué a pensar que era el único español que estaba por aquellas lides.

Una vez canjeado el justificante por el ticket oficial procedí a entrar al recinto construido para la ocasión, ya que se esperaba 16.000 asistentes al estadio, y como no había ningún pabellón en la ciudad con ese aforo, construyeron una instalación solo para este día.

Al entrar al espacio fue una experiencia apasionante a la vez que asombrosa, miles y miles de butacas rodeaban el cuadrilátero que estaba cubierto por 4 torres de truss. El ring se encontraba en el centro de la instalación efímera mimado y ensalzado como si fuera el altar de un templo religioso. El misticismo y la liturgia se apoderan de mi mente. Me quedo en blanco contemplando tan grandioso escenario cargado de misterio y magia.

La sensación en aquel preciso instante era como si accediera a un estudio de cine, cerré los ojos por un momento para imaginarme la escena que estaba a punto de presenciar: ese ring luminoso, rodeado por una ferviente muchedumbre; ese humo pesado flotando sobre la escena; esa tremenda tensión que precede al gran combate, el duro choque cuerpo a cuerpo, el olor a linimento, el público tembloroso, la furia sobre el cuadrilátero, la esquina con su peculiar taburete, el sonido del gong, las 16 cuerdas… y tantas y tantas singularidades que únicamente se pueden disfrutar alrededor de un cuadrilátero y que se pueden aplicar también a la vida, porque el boxeo es una metáfora de la vida, o al revés, la vida es una metáfora del boxeo.

Abrí los ojos y por un instante una leve brisa marina golpea mi cara despertándome de aquel letargo en el que me encontraba inmerso. Me levanto del asiento y me propongo dar una vuelta por los aledaños. Un sinfín de carpas que vendían hamburguesas, perritos y cerveza rodeaban el estadio, así que procedo a disfrutar de una pinta Guiness mientras paseaba ensimismado con el ambiente que allí se estaba congregando.

Los combates empezaron a la hora prevista, la inmensa mayoría eran púgiles locales o de las islas de pesos pluma, ligero y welter. La pelea de fondo estaba programada a las 23:00 horas y eran las 20:00 horas, así que me dispuse a disfrutar los máximo posible del momento. Para ello me acerqué a la salida de los boxeadores para contemplar ese momento mágico que acompañados por su guardia pretoriana, los boxeadores al compas de su canción preferida acceden al cuadrilátero entre emociones y aflicciones.

Además me hice una foto con Sergio “maravilla” Martínez que es el promotor de Kiko, de esta manera, verifiqué que no era el único español en el recinto, ya que oí hablar castellano a más gente. La hora de inicio del combate se aproximaba y cada vez iba llegando más gente que aprovechaban para tomar “pintas” antes de sentarse en su butaca. Yo seguí pululando por toda la instalación para empaparme sobradamente del ambiente y su sabor a velada histórica, hasta que la noche cayó sobre Belfast.

Antes de que se iniciará el combate de semi-fondo, que precede a la gran pelea, me senté en la fila 20 a escasos 25 metros del ring, intenté localizar mirando a los lados a algún español, pero únicamente encontré 16.000 norirlandeses enfervorizados que cantaban al unisonó consignas coléricas a favor de Frampton. A mi me daba lo mismo, estaba solo ante el peligro, si bien en peores batallas había peleado.

El ambiente era feroz, urdido contra Kiko. Aquí no hay compañeros. Nada. Tú solo. Hay riesgo de lesiones y de golpes graves, es algo más que un simple deporte, a pesar de su estricta reglamentación. Atacar y defender, defender y atacar en un ring de 6 por 6 rodeado por 16 cuerdas. Fuerza, velocidad, inteligencia y entrenamientos que exigen un sacrificio atroz. Y hay veces en que sin lanzar un solo golpe también puedes ganar la pelea, como le ocurrió al gran Willie Pep, que venció a Graves a los puntos fintando.

En boxeo el principal rival es siempre uno mismo. Se pelea en el gimnasio contra el saco, en el pesaje contra la báscula y sobre el ring contra el rival, pero siempre hay un denominador común: la soledad. Ringo Bonavena decía que, cuando suena el gong, “te quitan hasta el banquito”. Ahí es cuando el púgil se queda solo, pero no lo estuvo antes. En la esquina de Kiko Martínez hay un entrenador, Gabriel Sarmiento, que entre asalto y asalto le ensancha el elástico de sus pantalones de boxeo. Su hermano Pablo Sarmiento se ocupa de la botella del agua, del protector bucal y los cortes (cutman), y un tercero vigila todo lo que está haciendo el aspirante. Un cuarto individuo, el

manager, en este caso Sergio “maravilla” Martínez, es quien sigue desde la silla de ring los pasos de su pupilo.

Pero el ritual empieza mucho antes cuando comienzan a vendarle las manos y ayudarle a vendarse. Después, una sesión de manoplas servirá para calentar al Campeón. Y antes de empezar el combate el juez de la Federación Internacional y el árbitro visitan a ambos púgiles para verificar el vendaje y recordarles la normativa. Seguidamente, los tres hombres seguirán a Kiko hasta el cuadrilátero lentamente mientras el público encolerizado anima a Kiko para llevarlo junto a su canción favorita a las postrimerías de la “tarima brava”, en donde al subirse su entrenador encoje las cuerdas para que su púgil acceda al cuadrilátero.

Cada uno de sus ayudantes tiene una misión: cuando termine cada asalto, sus manos se moverán frenéticas durante los sesenta segundos de intermedio para colocarle el taburete, otro le tirará de la cintura de los pantalones del campeón para ayudarle a respirar, se le limpiará la cara con almohadillas esterilizadas, le sujetarán el protector bucal, le darán de beber, escupirá, secaran su sudor, le moverán aire con movimientos de toalla y aplicaran sales aromáticas a la nariz si está grogui. Y todo esto mientras el entrenador normalmente intenta animarlo, indicarle lo que está haciendo mal, y a menudo le dice que está perdiendo si va ganando o ganando si va perdiendo. A veces lo que se dice en el rincón durante o antes de la pelea ejerce un efecto sorprendente en el desarrollo del combate.

Y llegó el combate de fondo que todos estábamos esperando. Yo permanecía impertérrito en la silla haciendo fotos a todo lo que merecía la pena. El speaker empezó con las presentaciones, en primer lugar el campeón, Kiko Martínez. El público encolerizado empieza a abuchear al español, mientras yo permanezco inmóvil de pié.

Esa mezcla de miedo y nerviosismo de adrenalina y sudor de gloria y fracaso se apodera del boxeador y, por ende, de mí. El boxeador no siente miedo antes de salir a pelear no es exactamente eso. No siente miedo al dolor de los golpes, los golpes no duelen, más duele el fracaso de la derrota.

Ha llegado el momento. Alguien se acerca lentamente para dar la señal de salida al luchador; eso es como pulsar el botón que acciona y desata el vendaval personal del que lucha por resurgir, solo añora poder tocar el cielo vagamente con las yemas de sus castigados dedos privilegio propio y merecido que una y otra vez injustamente le ha dado la espalda. Aunque de cierto modo ni siquiera tiene claro si quiere hacerlo por él mismo o por acallar murmullos inconfesables y ajenos que con insanas intenciones puedan clavarse en su pecho dejándole malherido o funesto. Con sus guantes correctamente colocados por sus espaldas le es acercado un batín de seda hasta los pies. Enfila el lúgubre pasillo que le conducirá al ring, metros interminables hasta la luz, el bullicio y su destino. Es ahora cuando miles de sensaciones y pensamientos

irrepetibles le asaltan como un huracán a una velocidad fulgurante que le hace imposible llegar a asimilarlos y comprenderlos todos. Camina rodeado mientras tira sus manos para desentumecerse, probarse y auto-convencerse de sus posibilidades.

Cree que ganará como lo cree siempre hasta cuando sabe que perderá. Eso es boxeo.

Creo que las sensaciones vividas por Kiko en su salida camino del ring fueron las mismas que tuve yo: estábamos solos en el abismo.

Y salió Frampton envuelto en un ambiente ensordecedor que me cautivó por momentos. Una vez todos los actores sobre el ring, esperaba que sonaran los himnos, pero no fue así debido a la división entre la colérica población norirlandesa fragmentada entre unionistas y soberanistas, así que me quedé con las ganas.

Los dos boxeadores y el tercer hombre se quedaron solos en el ring, el combate estaba a punto de empezar. Me persigne en señal de respeto y emoción por lo que estaba viviendo y deseando que Kiko ganara, porque me sentía participe de aquella contienda.

En el primer asalto, Kiko salió más tranquilo que de costumbre, estudiando a su rival sin realizar su habitual presión. Mientras, Frampton trataba a impedir que el español acortase la distancia para imponer su “jab” y su mayor longitud de brazos. Sin embargo, en el segundo el alicantino ya se lanzó más a tumba abierta y protagonizó varias combinaciones de mérito ante el norirlandés, que no perdía la cara a la pelea.

Yo me mantenía impasible en mi silla moviéndome levemente asemejando al púgil que observaba con atención intentando esquivar los golpes del rival y animando en la larga distancia a mi querido boxeador. Por momentos parecía que yo era el que estaba sobre el ring, ya que lanzaba algún puño y hacía esquivas desde la butaca, e incluso, en algún momento me levanté lanzando mi “jab” de izquierda, ante el asombro de mis compañeros de silla.

La gran diferencia es que Kiko peleaba contra Frampton, y yo peleaba contra mi sombra o, mejor dicho, contra mis propios rivales.

En el tercero, Frampton recuperó el control de las acciones y frenó los ataques del español, que seguía concentrado en golpear abajo aunque recibió una derecha bastante dura.

El problema es que ya había pasado cuatro asaltos y el aspirante se encontraba muy cómodo, manejando su “jab” de izquierda y manteniendo a raya al español, que en su intento de no ir de manera alocada a por su rival, había dejado escapar ya un tercio de la pelea.

Los descansos de un minuto entre rounds aprovechaba para fotografiar escenas que se estaba dando a mi alrededor, como que un niño típico irlandés imitaba a su ídolo

soltando golpes al viento, en España está prohibido que los niños menores de 18 años accedan a ver Boxeo, en el resto de Europa está completamente permitido.

El quinto estaba siendo favorable a Kiko, en la recta final una derecha de Frampton lo pilló mal posicionado y se fue a la lona. En ese momento me levanté inconscientemente y grité un ensordecedor ¡vamos Kiko! Ante la perplejidad de la gente de mi alrededor. Una vez en el asiento repasaba mentalmente todas las peleas del púgil alicantino y esperaba con fe su reacción. En boxeo aunque vayas perdiendo claramente a los puntos, puedes ganar en el último asalto de un golpe certero.

Kiko se levantó antes de que la cuenta de protección del referee llegara al número 5, me acordé de aquel fatídico día del gimnasio Jocar en donde después de 6 asaltos un púgil me golpeó contundentemente en el hígado y caí a la lona entre graves dolores y quejidos y perdiendo el escaso aire que me quedaba. En boxeo como en la vida no gana el que más fuerte golpea, sino el que antes se levanta.

Los asaltos iban cayendo de mano del norirlandés y pese a su excelente juego de piernas, “El Chacal” ya no estaba tan rápido y “La Sensación” le colocó una excelente derecha a comienzos del octavo y, aunque no encontró más golpes de mérito, posiblemente también lo ganó.

En el noveno asalto abandono mi silla y me ubico en una posición de pie, debido al estado de excitación en el que me encontraba inmerso, era un sinfín de sensaciones y emociones divergentes todas ellas en el cuadrilátero que tenía justo en frente. Miraba al cielo estrellado esperando que el martillo de Thor descendiera del Walhalla para golpear a nuestro oponente y así ganar la batalla. Aunque realmente he de confesar que cada golpe que recibía Kiko se asemejaba a una bofetada que me había dado la vida en algún momento. Si algo bueno tiene el boxeo es que están prohibidos los golpes bajos, en la vida no es así.

A falta de tres asaltos la pelea estaba perdida a los puntos y había que confiar en la pegada de nuestro campeón. En el décimo se vivieron los mejores momentos para Kiko. Frampton parecía tocado tras dos buenos golpes a la zona de flotación, pero volvió a reaccionar con otra derecha que no fue suficiente para equilibrar el asalto.

Todo corazón, Kiko tampoco pudo encontrar el golpe definitivo en el último y perdió con total justicia a los puntos por unanimidad (119-108, 119-108 y 118-111).

Abandoné el estadio con tristeza por la derrota del español. Caminaba cabizbajo por los astilleros del Titanic Quarter rodeado de una manada de norirlandeses que en su idioma cantaban consignas a favor de “el chacal” y vítores típicos de la isla verde. Aceleré el paso para llegar lo antes posible al hotel y resguardarme de aquel gentío desdichado y provocador. Caí rendido después del día épico y memorable que había vivido. Una vez en la cama del hotel repasé todos y cada uno de los momentos que

acababa de disfrutar en ese inolvidable día de septiembre en Irlanda: los astilleros, la entrada al estadio, el ambiente feroz, la salida de Kiko, el ring, Frampton, los golpes, la luz, el cielo estrellado, la guardia alta, el griterío… creo que en los primeros sueños seguía realizando movimientos de cintura y soltando golpes a mi propia sombra esperando una nueva oportunidad para reconquistar el titulo de campeón.

La mañana de vuelta a España la dediqué a dar una vuelta por los aledaños del hotel y hacer las típicas compras de souvenirs. El autobús salía a media mañana para llevarme a Dublín, así que aproveche para conocer el barrio de la estación, muy próximo a la zona protestante. Y al coger una calle veo como en la puerta de un hotel se agolpan varias personas a un tipo para hacerse fotos con él. En ese mismo momento concentro mi mirada y me percato de que se trata de Karl Frampton, el rival de Kiko. Por lo que me acerco con educación y sin tapujos me hago una foto con “el chacal”, el boxeador que la noche anterior ha arrebatado nuestro sueño. Esto es boxeo, el único deporte que es obligatorio que los rivales se saluden en el primer y último asalto.

De camino a España volando con Ryanair me doy cuenta de que vuelvo a la cruda realidad, si bien esa quimera de viajar solo, sin compañía, a Belfast a ver boxeo se ha hecho realidad y ya nadie me podrá arrebatar de mi memoria esta bonita experiencia y todas las emociones vividas. Lo que me hace pensar que cada vez que tenemos un pensamiento o un sueño y se puede hacer realidad, no se por qué el ser humano espera a otro momento o lo pospone en el tiempo para realizarlo, cuando en la mayoría de los casos, esa oportunidad no volverá a pasar. La vida da muchas vueltas y no hay que desperdiciar ni un segundo. Todo puede cambiar en un instante, por eso hay que aprovechar cada momento y no hay que aplazar nada, cada minuto hay que disfrutarlo porque puede ser el último.

Si analizáramos el tiempo que hemos perdido y desperdiciado en cosas que no importan con personas a quien importas bien poco, seguro que no lo volveríamos a hacer. No vamos a vivir para siempre. Si echas la vista atrás veras que determinados actos son consecuencia de determinadas actuaciones, pero solo siendo valiente y tomando decisiones se puede valorar la vida para ser feliz.

No somos nuestro trabajo. No somos nuestra cuenta corriente. No somos el coche que tenemos. No somos el contenido de nuestra cartera. No somos nuestra ropa. Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos. Esta es tu vida y se acaba a cada minuto. Aprovéchala.

No es lo mismo “tener libertad” que “ser libre”, pues hay muchas personas que, aún teniendo libertad, no son libres ni felices enredados en sus propias cadenas o en el miedo, sobre todo por el temor a la verdad. Pero todavía queda un halo de esperanza en el valor, la perseverancia y la confianza en uno mismo para lograr los objetivos o sueños que todos tenemos.

Si algo he aprendido con el boxeo es que no se combate contra un rival, sino contra uno mismo y sus adversidades, es una manera muy sutil de plantarle cara a la vida y, sobre todo, aprovechar cada asalto, porque puede ser el último, ya que tu oponente te puede golpear y caer a la lona por K.O. En la vida sucede lo mismo.

Y fue allí, en la encrucijada del cuadrilátero, cuando encontré el verdadero significado de la vida.

¡Segundos fuera!