El boxeo: Esa maravillosa y apasionada forma de vida

AEBOX/Jose Luis Abad/ — Hay veces, muchas veces, que uno se indigna ante afirmaciones insulsas de gente necia que no sabe de lo que habla. Hay veces que uno traga saliva ante frases de sentadores de cátedra del tres al cuarto que solo pretenden ofender por no escupirles a la cara todas sus sandeces. Hay veces que cuando te tocan la fibra con el deporte que amas, necesitas hablar alto y claro lo que piensas por encima del politiqueo asqueroso del bienqueda, muy multiplicado en este país desgraciadamente.

“Es un deporte violento”, dicen algunos, “No es ni siquiera deporte”, dicen otros, “No entiendo como dos tíos se suben a una tarima a darse de hostias”, dicen ya los iluminados con más de un plomillazo dado. Pues creo que ya va siendo hora de que los que amamos este deporte dediquemos todos un artículo a definir lo que para nosotros es el boxeo, nuestro amado deporte, que tanto ha sufrido de desprestigio en este país, a pesar de que todos notamos que algo está cambiando aunque todavía quede mucho camino por recorrer.

Pues señoras y señores, con toda la humildad del mundo, con toda la pasión y con el corazón en mis manos voy a definir lo que para el que escribe es el boxeo. Recuerdo el primer combate que vi en mi vida, fuel exactamente el día 17 de febrero del 1978, donde Perico Fernández perdió el EBU del peso ligero ante el escocés Jim Watt. Recuerdo esa pelea, con 5 añitos, con cierta angustia del acoso al que Watt sometió a nuestro Perico y también recuerdo la naturalidad de mis padres dejándome mirar el televisor. Pero fue con 15 años, el día 30 de mayo de 1987 cuando me deslumbró un tal Engels Pedroza, un killer venezolano que ganó por KO en el primer asalto a un tal Ricardo Rosales que tardó varios minutos en levantarse por la violencia con la que aquel tipo, con aspecto de gamberrillo, aplicó en sus golpes haciendo finalmente la señal de la cruz a su oponente ya en el suelo. Después, fue a levantarlo y lo abrazó, pero es que Pedroza era todo un carácter. En esa velada pelearon Tony Tucker frente a James Douglas al que ganó por TKO, y un jovencísimo Mike Tyson que desbarato la cara de un Pinklon Thomas que hizo una pelea más que digna. Después de aquella madrugada, con mi padre y mi tío, el boxeo empezó a formar parte de mi vida.

Y es que señoras y señores, para mí la vida es como el boxeo. Te levantas por la mañana cuando suena la campana y te vas preparando para los asaltos que te van a venir a lo largo de la jornada. Algunos asaltos se ganan, otros se pierden, recibes golpes, sigues avanzando, das algunos, retrocedes pero vuelves a avanzar… Y cada día es un combate distinto en el que al final de cada jornada hemos aprendido de los golpes recibidos y hemos tenido el valor y la fortaleza de querer volver a levantarnos a la mañana siguiente deseosos de que vuelva a sonar la campana. Cuando uno está depresivo o desganado, baja la guardia, y encajas y encajas hasta que llega un momento en que ya no puedes más y la vida se acaba, o te das cuenta de que hay que seguir adelante y sacas fuerzas de flaqueza. Por lo tanto, el boxeo está claro que es una forma de vida, una forma de vida llena de nobleza, de arte, de entrega, de fuerza, de compañerismo y empatía, de hermandad, de sacrificio, de profesionalidad, de autenticidad, de admiración, de compasión, de amistad, y de tantas y tantas cualidades que tiene este mundo tan maravilloso. Pero esto no estaría completo, si no pusiésemos un ejemplo con cada una de ellas, así que con el permiso de ustedes me dispongo a ello. Nobleza, como la del campeón mexicano Lupe Pintor, que acudió al homenaje póstumo que se le dio al bravísimo púgil Johnny Owen que cayó fulminado en la pelea que ambos enfrentaron. Pintor abrazó al padre de Owen y se ofreció como su hijo disculpándose de la muerte del fantástico boxeador británico.

Arte, como el que desplegaba el grandioso Muhammad Ali, el más grande boxeador de todos los tiempos, dentro y fuera del cuadrilátero. Dentro, con su maravilloso “Float like a butterfly, Sting like a bee”, fuera, con su defensa hasta la última consecuencia de lo que él sentía que era lo justo.

Entrega, como la del guerrero Arturo Gatti, que se dejaba la piel y un poco más en cada enfrentamiento librando verdaderas batallas en el ring que nos han hecho vibrar y estremecer a más de un aficionado. Fuerza, como la que tenía el rocoso púgil americano de ascendentes italianos Rocky Marciano, único peso pesado invicto de la historia, que noqueó a 45 de sus 49 rivales teniendo uno de los KO más dramáticos de la historia del boxeo en uno de sus enfrentamientos con Walcott. Compañerismo y empatía, como el injustamente tratado Max Baer, un boxeador letal que se ocupó personalmente de la familia de un boxeador que perdió la vida peleando con él en el ring, Frankie Campbell, y que además se caracterizó por hacerse amigo de sus rivales. Hermandad, como la de Joe Louis y Max Schmelling, que después de encarnizadas batallas fueron como hermanos y fue el alemán el que se ocupó de que Louis estuviese bien atendido en vida antes de su muerte. Sacrificio, como el del filipino Manny Pacquiao, que de pasar hambre en las calles ha pasado a ser el hombre más importante de Filipinas haciendo felices a millones de personas con sus éxitos y con su inestimable labor social. Profesionalidad, como la Floyd Patterson, el peso pesado que más veces ha caído a la lona y más veces se ha levantado. Las lecciones de pundonor del de Waco eran garantía de espectáculo y de épica para el deporte.

Autenticidad, como la de Roberto Durán, que se retiró con 53 años y siempre fue la misma persona humilde (con sus salidas de tono y sus excentricidades) desde que salió del barrio de El Chorrillo en Panamá City hasta convertirse en un ídolo para su país. Esto he tenido el privilegio de constatarlo en persona.

Admiración, como la que sentía el grandísimo Oscar de la Hoya por la leyenda viva Julio César Chaves antes e incluso después de pelear con él, junto al respeto que siempre le ha profesado el angelino al guerrero mexicano. Compasión, como la que tuvo el nieto de Benny Paret con Emily Griffith, el cual le pidió perdón por provocar la muerte en el ring de su abuelo entre lágrimas, fundiéndose los dos en un sincero abrazo que le daba paz a Griffith tras haber estado años mortificándose por la trágica muerte del boxeador cubano.

Amistad, como la que forjaron Arturo Gatti y Micky Ward después de una de las trilogías más salvajes y memorables de la historia del boxeo. Cada año, Ward recuerda la ausencia de su amigo al que dice, echa mucho de menos. Por lo expuesto anteriormente, me molesta cuando la gente denigra este deporte y lo tacha de violento, me molesta muchísimo cuando la gente prejuzga a alguien por ser boxeador. Es verdad que en todo hay garbanzos negros, pero dentro del mundo del boxeo, en el plano deportivo, el ambiente que se respira es de hermandad total, de unidad, y es así como debemos estar todos, unidos para seguir limpiando nuestro deporte y purificarlo de viejos fantasmas preconcebidos que no tienen cabida en el boxeo de hoy. Hoy el boxeador es una persona preparada, que sabe lo que quiere y que tiene más personas detrás que cuidan de su carrera, que se podrá hacer mejor o peor, pero que seguro que la intención siempre será buena, y siempre prevalecerá la integridad y la salud del deportista frente a cualquier otra cosa.

Con el permiso de ustedes, este artículo se lo voy a dedicar a mis queridos compañeros y amigos de aebox, pero especialmente, a Jose González Ronin,,al que a pesar de haber visto solo una vez en mi vida, le tengo un gran cariño y aprecio, y quiero mandarle fuerza y ánimos en estos durísimos momentos que le está tocando vivir.

Y terminaré con esa frase que utiliza mucho mi otro compañero y amigo Alberto Lazo, y el Gran Jorge Lera, también amigo y el espejo donde me miro, en su última parte:

PORQUE EL BOXEO ES VIDA, VIVA EL BOX