Sergio Nuñez Vadillo – El boxeador sin sombra.

AEBOX/Sergio Nuñez Vadillo/ — A lo largo de la vida participamos en innumerables aventuras e historias disparatadas que se graban en nuestra mente y nos acompañan el resto de nuestras vidas. Hasta llegar un momento en que parece que lo hemos visto todo y ya pocas cosas nos sorprenden, pero siempre y cuando menos te los esperas eres participe de algún episodio asombroso que no te deja indiferente y te hace disfrutar más si cabe de la esencia de vivir.

La historia que voy a narrar a continuación esta basada en hechos reales y aconteció hace cerca de 5 años en el viejo gimnasio de boxeo Jocar de Talavera de la Reina.

Este mítico gimnasio, ya desaparecido, se localizaba en una nave amplia subterránea cerca de la Plaza de España de Talavera, y era usual que pasaran por allí todo tipo de personajes ilustres de la ciudad de la cerámica, pues su clientela era muy variopinta: mecánicos, ambulancieros, seguratas, abogados, futboleros, pasteleros, dependientes, oficinistas, estudiantes… lo que hacía que cada tarde fuera una autentica función, debido a las numerosos actos que sus aguerridos actores-boxeadores nos deleitaban.

La entrada al gimnasio ya prometía. Solía merodear por la puerta principal algún personaje novato con incredulidad de acceder, y esperaba a que entráramos para verificar la procedencia y aspecto de cada asistente. O el típico que entraba a hurtadillas haciéndose el despistado para no pagar al dueño del local que se encontraba en una mini-oficina comiendo pipas y viendo películas de Bruce Lee. También estaban los típicos malotes bacalas que entraban perdonando la vida y a los pocos días dejaban el gym porque veían que el boxeo es un deporte noble. Por no mencionar a los flipaos que a los tres meses querían debutar como amateurs y una vez que se les daba la oportunidad se rajaban. Si bien todos estos ínclitos púgiles tenían un denominador común: valor y coraje.

Las clases las daba un entrenador que solía llegar con algo de retraso y siempre que llegaba tarde avisaba para que el más veterano iniciara el calentamiento.

La sala era de cine. Tenías que bajar unas escaleras y a mano izquierda se aglutinaban multitud de guantes de boxeo viejos que los lugareños solíamos tirar para que los novatos o la gente que no tenía dinero los utilizara. Los sacos de boxeo estaban bien alineados a la izquierda, eso sí, todos encintados, y los punching al final. El lado derecho estaba acristalado y en el fondo había dos filas de gradas para que los amigos o las novias fueran a vernos boxear, sobre todo los viernes que había combates.

El suelo era una lona vieja azul muy fría y rasgada que sonaba escabrosamente al hacer comba o al girar las zapatillas. El olor era una mezcla de cuero rancio y fricción. Las

paredes estaban decoradas con cuantiosos carteles de veladas historias del boxeo español o de películas legendarias como: “más dura será la caída”, “Rocky”, “toro salvaje” o “million dollar baby”. Y que decir del inolvidable marcador electrónico que cada 3 minutos sonaba “salvando de la campana” a unos, e interrumpiendo los golpes a otros.

Pero si de algo me acuerdo enormemente es de un día sombrío de noviembre cuando acudió por primera vez un chico nuevo de aspecto menudo, de unos 19 años, delgado, pelo oscuro y aplastado, ligeros síntomas de acné juvenil, caminando con un paso lento y prudente. Mi primera impresión fue de asombro e incredulidad porque se le veía perdido en la sala sin saber por donde moverse y realizaba pasos extraños con ligeros movimientos de las manos intentando palpar y tocar los sacos de boxeo, hasta que los allí presentes nos dimos cuenta al aproximarse a nuestro redil que era invidente. Nos dejo atónitos.

El chico se ubicó en la entrada de la sala y se enfundo unos guantes rojos. Acto seguido dio varias vueltas sobre si mismo con las manos extendidas mientras avanzaba un par de pasos con suavidad. Hasta que el entrenador se aproximó a él de forma perpleja y le preguntó sus propósitos. Este le contestó que era nuevo y quería aprender a boxear. En ningún momento nombró su carencia visual pero todos los presentes nos dimos cuenta con enorme admiración que era totalmente ciego.

El entrenamiento de boxeo es muy regular. Primero se hacen 3 asaltos de comba, a nuestro protagonista se le proveyó de una comba que saltaba con destreza, luego se estiran las articulaciones, seguidamente se hacen 2 asaltos de sombra, lo que aprovechó el entrenador para explicarle los golpes más simples: jab, gancho, crochet, directo, hulk… y a cubrirse con los guantes cerrados. Yo estaba más pendiente del chico nuevo que de hacer sombra. Pues de manera voluntariosa intentaba lanzar golpes al viento sin tener un destino claro, el entrenador corregía sus movimientos con su mano diciéndole: lanza los golpes de forma ordenada y suave.

Es un boxeador del peso pluma, unos 57 kg. que se inclina y serpentea con sus nuevos guantes Charlie golpeando furiosamente tratando de encontrar su blanco. Los golpes que brotan de sus brazos no tienen un objetivo definido, pero sus puños siguen volando, todo completamente en la oscuridad, es autentico boxeo en la sombra. Imagino que trata de guiarse por los olores y sonidos, como el rechinar de las zapatillas en la lona y el susurro de la respiración de su oponente, que en muchos casos es uno mismo.

Terminada la primera fase de entrenamiento pasamos a ponernos con nuestra pareja boxística para guantear, que consiste en realizar una seria de combinaciones de golpes

y esquivas según las indicaciones del entrenador, que hizo de sparring con el protagonista de esta bonita y admirable historia.

Tras varios asaltos, para finalizar la clase se realizan un par de combates de 3 minutos concluyendo con estiramientos e innumerables abdominales.

Al terminar la clase el entrenador le preguntó qué le había parecido, a lo que respondió con una enorme sonrisa: ¡me ha encantado, el jueves vuelvo! Y tras quitarse los guantes con soltura y despedirse de la clase, vestido con un chándal de la marca Puma y una chaqueta ligera de la que colgaba su mochila empezó avanzar por los pasillos del gimnasio sin bastón y sin perro guía. Solo guiándose con sus manos y su instinto. A la puerta le esperaba su madre que antes de encontrarse le ofreció su mano. Mientras todos los allí presentes nos quedamos mudos meditando y reflexionando sobre la muestra de verdadero valor y coraje que acabábamos de presenciar.

Todavía me sigo emocionando cuando conozco a gente de la que se puede aprender lecciones de tesón, sacrifico y valor, por muchos problemas e impedimentos que les ponga la vida, la voluntad y la esperanza podrán mover siempre montañas.

El boxeo posee un halo de heroicismo sentimental mitológico proveniente y heredado de la tradición greco-romana. El boxeo es una metáfora de la vida, por ello, nuestro protagonista se siente cómodo porque diariamente se tiene que enfrentar a enormes obstáculos y barreras, y es posible que sobre el cuadrilátero, inmerso en la dualidad pugilística, golpe a golpe, asalto tras asalto, en boxeador ciego se encuentre seguro en la soledad y el silencio que infunden las 16 cuerdas.

Creo que no ha sido casualidad, y ha sido el boxeo quien ha elegido a él, y no al revés como en la mayoría de los casos. Es posible que nuestro flamante personaje durante los minutos que entrena con el resto de púgiles se sienta uno más del grupo sin complejo alguno, pues este bello deporte infringe una serie de valores que otros deportes mayoritarios y convencionales no pueden transmitir: sacrificio, disciplina, pundonor, superación, humildad, valor, honor, respeto, esfuerzo; y por eso se siente totalmente identificado con el boxeo, porque su vida diaria es eso: superación, disciplina, sacrificio, valor… lastima que no pueda asestar un duro golpe en el hígado a todos aquellos que le ponen barreras para poder desarrollar su vida, o aquellos que todavía se empeñan en clasificar a la gente dependiendo de su condición social, económica o personal.

Desde estas humildes líneas felicito con enorme admiración al protagonista de esta magnífica historia, un púgil que boxeaba sin ver su sombra, deseando que tenga mucha

suerte en la vida y que la gente le ayude, aunque, en mi caso personal, ha sido él quien me ha dado una verdadera lección de cómo afrontar y sobreponerse a los obstáculos.

¡Segundos fuera!