Sin final en el guión… Million Dollar Baby

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MILLION DOLLAR BABY

El boxeo es un acto antinatural porque todo va al revés. Si quieres desplazarte hacia la izquierda, no das un paso a la izquierda, cargas sobre el pie derecho. Para desplazarte hacia la derecha usas el pie izquierdo. En vez de huir del dolor como haría una persona cuerda, das un paso hacia él. En el boxeo todo va al revés.
Así comienza “Million Dollar Baby” (2004) una de las últimas, quizá la última obra maestra que se ha hecho en Hollywood y lógicamente no podía surgir de otro director que no fuera el último bastión del clasicismo en la factoría de sueños: Clint Eastwood.

“Million Dollar Baby” nos cuenta la historia de Maggie Fitzgerald (interpretada por Hillary Swank) una joven perdedora que solo encuentra felicidad cuando se pone los guantes y sube a un ring. Frente a ella un viejo entrenador Frankie Dunn (Clint Eastwood) que tras conocer la gloria con afamados púgiles regenta ahora un viejo gimnasio donde se mezclan el olor a sudor, linimento y…derrota. Maggie quiere que Frank la entrene pero éste se niega a hacerlo.

Aun así no nos engañemos, “Million Dollar Baby” no es sólo una película de boxeo, es mucho más que eso. El guión a cargo de Paul Haggis nos muestra una película sobre la vida, el amor, las ganas de triunfar, la redención, la culpa y todo un crisol de sentimientos que se mezclan como diría Scrap, el personaje que interpreta Morgan Freeman, en un lugar “…a mitad de camino entre ninguna parte y el olvido”. Ese gimnasio, metáfora de un purgatorio donde ambos limpian sus culpas y donde ambos alcanzarán la redención hasta el trágico desenlace final es un personaje más en la historia.

La prodigiosa voz en off de Morgan Freeman contándonos la historia de dos perdedores a modo de epístola nos sumerge en sus vidas. Nos atrapa desde el instante cero con un lenguaje visual que solo Eastwood es capaz de alcanzar en el Hollywood actual. La sutileza y elegancia a la hora de rodar, el ritmo pausado como solo Clint sabe hacer nos acerca a lo mejor de su cine.

Podemos sentir que “Los puentes de Madison” (The bridges of Madison County, 1995) o su portentosa “Sin Perdón” (Unforgiven, 1992) están en cada plano de Million Dollar Baby, en cada nota de su banda sonora. Eastwood ha desarrollado a lo largo de su carrera como director un estilo propio, nadie como él para ser definido como autor. Sus referencias son claras, Don Siegel o Sergio Leone le han influido pero del Hollywood clásico ha tomado también parte de su filmografía y una manera de rodar elegante, con puestas en escenas sencillas y con eso tan destacable que algunos llamaron el estilo invisible sacan lo mejor de su talento.

En esta cinta asistiremos a varios momentos prodigiosos con la cámara, como el travelling subjetivo hacia delante de Maggie donde podemos sentir su fuerza ante las ganas de triunfar (“La magia de librar batallas más allá de lo humanamente soportable se basa en lo mágico que resulta arriesgarlo todo por un sueño que nadie más alcanza a ver excepto tú.”) o como Frankie la observa desde su oficina en la planta de arriba del gimnasio a través de un plano picado, donde podemos sentir la omnisciencia del personaje de Eastwood que se niega a entrenarla y cómo con el paso del tiempo la cámara los va a unir en un plano a la misma altura cuando por fin se decide a ser su entrenador.

La grandeza, sin embargo de esta cinta, está en el poder de trasmisión que tiene a través de una trama boxística utilizada quizá como excusa o tal vez como metáfora del esfuerzo y la superación o la sutilidad del director para denunciar la deshumanización de una sociedad sin querer ser moralista.
El director de “Mystic River” es un humanista que defiende la libertad del ser humano por encima de dogmas morales o doctrinas establecidas pese a que su personaje es un irlandés tremendamente católico, de convicciones y ética profundas y que busca cada mañana en la Iglesia una redención que parece no llegarle.

Maggie por el contrario, es una perdedora, todo le ha ido mal en la vida y solo encuentra consuelo cuando se calza los guantes y sube al cuadrilátero, sus enormes ganas de vivir contrastan con la idea de Frankie de proteger la vida (primera norma siempre: protégete en cada momento).

Sin embargo, ambos necesitan encontrarse, en una maravillosa relación paterno filial (Mo cuishla…mi amor, mi sangre en gaélico). Frankie lleva 23 años sin hablar con su hija y a Maggie (inmensa Hillary Swank que jamás ha vuelto a estar a este nivel) le falta la figura del padre. A través de maravillosos planos donde las miradas lo dicen todo, ese amor padre-hija va creciendo a pasos absolutamente agigantados hasta convertirse en lo único que tienen porque ante todo ésta es una película sobre la redención pero también sobre la fe y la culpa.

La maestría del director de “Bird” (Bird, 1988) o la extraordinaria El jinete pálido” (Pale Rider, 1985) estriba en cómo juega con nuestros sentimientos, como nos está dirigiendo hacia el puñetazo final que nos noqueará y cómo mientras tanto nos lo está ocultando hábilmente.

Nos conmueve desde la verdad, sin artificios porque Eastwood nunca hace alardes con la cámara, todo es sutileza y si bien nos ha manejado, nos ha llevado por los senderos que quería, cuando acabamos de ver la película ni siquiera nos hemos dado cuenta.