42 a 1: La hazaña de James Buster Douglas

AEBOX/Juan Alvarez/ — 11 de febrero de 1990. Tokyo Dome de Japón, templo de las 16 cuerdas en el país del sol naciente. Lo que hasta hace unos instantes era un coliseo embravecido y marinado del vapor emanado por los rugidos y exclamaciones humanas ahora se torna silencio. Como el Coloso de Rodas, erigido en culto al dios Helios, un elemento que se creía indestructible, un boxeador teóricamente invencible, acaba de caer. El árbitro comienza la cuenta de seguridad. Nuestro particular coloso intenta amarrarse a las cuerdas como el náufrago que abraza la soga del bote
que le libre de un banco de tiburones. La cuenta que va de 1 a 10 nos demuestra la teoría de la relatividad del tiempo de Einstein: para quien está de pie esos diez segundos pasan lentos como diez segundos con la mano puesta en el fuego; para quien intenta levantarse de la lona y
no caer noqueado pasan fugaces como diez segundos de un abrazo con la persona amada. El árbitro llega a diez y la pelea termina en el décimo asalto.

Acaba de suceder. Se acaba de dar una, si no la más grande sorpresa deportiva del siglo XX. Un desconocido James “Buster” Douglas acaba de doblegar por la vía del cloroformo al todopoderoso Mike Tyson, que con esta derrota pierde su récord inmaculado además de los títulos AMB,CMB, FIB y Lineal del Peso pesado. De la misma manera que el día que se inauguró el Coliseo Flavio en el corazón de Roma nadie pensaba que ese imperio terminaría jamás, nadie ducho en el conocimiento de la dulce ciencia del boxeo pensaba que el hombre más peligroso del planeta perdería aquella noche contra un desconocido.

Buster Douglas, oriundo de Columbus, Ohio, el 7 de abril de 1960. Como, salvo contadas excepciones, cualquier chico afroamericano de su generación, el deporte de los puños era una de las pocas vías a abandonar la pobreza en un país en el que la segregación racial, a pesar del
incipiente movimiento por los derechos civiles, aún era una realidad palpable.

Su primera pelea como boxeador profesional se da el 31 de mayo de 1981 ante Dan O´Malley en su ciudad natal, y hasta antes de su noche mágica acumulaba un nada despreciable récord de 30 victorias y 4 derrotas, siendo su mayor logro haber vencido al excampeón mundial Trevor Berbick a quien despachó por decisión unánime.

No se imaginaba Douglas que en una división en la que acceder a los puestos de gloria era misión imposible le llegaría la oportunidad de su vida. Tyson y su promotor Don King preparaban una suerte de gira mundial para el hombre de acero a lo largo de todo el orbe terrestre. Antes de la épica lucha que había de darse contra el campeón crucero Evander Holyfield, todos pensaban que Tyson tenía tiempo de coger ritmo y dinero: Buster Douglas en Japón era el tándem que eligieron.

Los campamentos de entrenamiento de uno y otro boxeador fueron el día y la noche. Buster Douglas nada más colgar el teléfono comenzó a entrenar como el que sabe que acaba de recibir la oportunidad de su vida, el sueño de todo boxeador. En un deporte tan impregnado de épica, es probable que el último pensamiento nocturno de Douglas era “¿Y si lo hago?¿Y si
gano a Tyson?”. El boxeo es un estado mental y Douglas tenía dentro de sus puños el encargo casi místico de hacer historia, de demostrar que en el boxeo, pase lo que pase, cualquier boxeador está a un solo golpe de cambiarlo todo.

Mike Tyson por su parte actuó como una estrella de rock. Su vida había comenzado un leve pero imparable declive desde la muerte de su mentor y padre adoptivo Cus D´Amato en 1985 y su progresivo acercamiento al tenebroso (a pesar de estar recubierto de oro) Don King. Antes
de su pleito con Douglas ya había tenido problemas referentes a su vida privada con denuncias de mujeres, amantes, salidas nocturnas cada vez más salvajes y frecuentes… a pesar de estar perdiendo el control fuera del ring, su ferocidad dentro de él le seguían permitiendo acumular
un récord de 37-0, los títulos unificados de los pesos pesados y el título honorífico de ser el hombre más peligroso del planeta. Además, comenzaba a tener problemas con el peso y a la pelea llegó con más de 100kg, su mayor peso hasta la fecha.

En Japón la balanza no se desequilibró hacia ningún lado en el ámbito emocional. Buster Douglas, que había sido abandonado por su mujer y había perdido a su madre recientemente por una enfermedad, golpeaba al saco, a cada sparring, con la ferocidad de quien quiere redimir sus pecados pasados y futuros, como el penitente que pretende expiar sus penas y
saldar cuentas con sus demonios. Tyson, por su parte, fue exhibido como un objeto exótico(ciertamente era algo parecido) y su campamento de entreno fue una gira de promoción con luchadores de sumo y autoridades locales. Por la noche, para más inri, se desquitaba y esparcía con compañía femenina, hasta tal punto que Tyson llegó a afirmar que prácticamente el único esfuerzo de deshidratación y ejercicio que realizó para afrontar la pelea contra Douglas fue en esas noches prohibidas.

A pesar de este cúmulo de razones a uno y otro lado, nadie en su sano juicio apostaba por Buster Douglas. Da igual lo mal que luciera Tyson y lo bien que lo hiciera el aspirante; un aniquilador como el de Catskill encontraría la llave para abrir la jaula de Douglas y lo enviaría al país de los sueños antes de que se habituara a los ritmos horarios de Japón. Solo una casa de
apuestas de Las Vegas aceptó apuestas por esta pelea, y la ratio de ganancia para quien apostara por una victoria de Buster Douglas era vertiginosa; 42 a 1, tentadora para quien quisiera apostar, pero ciertamente, hacerlo era similar a arrojar una moneda al pozo de los deseos con la esperanza de que un Leprechaun nos brindase riqueza eterna. Tyson no iba a perder. Era imposible que perdiera.

Llega la noche que pasará a la historia de este deporte y suena la campana. Los primeros episodios comienzan intensos, rápidos. Tyson intenta entrar en la zona caliente, esa corta distancia en la que es invencible y en la que sus golpes curvos nutren de trabajo a las autoridades sanitarias locales. Buster, por su parte, no se arruga en ningún momento. Comienza a soltar jabs con tensión. No lanza jabs para que, presa del pánico, la bestia que
tiene enfrente no se acerque; son jabs que advierten a Tyson que cada vez que pase la línea se encontrará un golpe como ese. Ambos peleadores conectan poderosos golpes sobre la humanidad rival. Los asaltos se suceden y ninguno de los dos da un paso atrás.

El devenir del tiempo en el ring, imposible de descifrar, como si sucediera dentro de un universo de Christopher Nolan, nos arroja conclusiones para las que no estábamos preparados:

Douglas está entero, gana asaltos y no rehúsa el intercambio de plomo con Tyson. Mike, por su parte, comienza a parecer frustrado, se amarra continuamente a su rival, en una combinación de sorpresa y nerviosismo. Tyson está golpeando, pero Douglas responde todo lo que el hombre de acero le ofrece y consigue proferirle una profunda hinchazón en el ojo izquierdo, dejando al campeón con el mismo campo de visión que un personaje de Saramago. Tyson aguanta pero cada vez recibe más golpes, pierde más asaltos. Tal vez no le salven ni las tarjetas.


La sucesión de rounds nos lleva al octavo donde se produce el primer hecho diferencial de esta batalla. En los albores de la finalización del mismo Tyson manda a la lona a Douglas con un violentísimo uppercut. El árbitro cuenta pero Douglas consigue nadar hasta la orillas y sobrevive. El noveno asalto es una imagen especular del anterior. En estos tres minutos Douglas no para de lanzar detonaciones sobre Tyson que, agazapado en las cuerdas, parece un saco de boxeo usado para entrenar. En esta ocasión y como pasó en el anterior, es Tyson quien se encomienda a las hadas del boxeo y consigue sobrevivir.

Llega el décimo asalto y parece que Tyson está más desgastado físicamente que su rival. El físico que durante años ha atemorizado a toda la división de los pesos pesados parece desvanecerse ante un desconocido. Buster Douglas se erige frente a él como una máquina de demolición que solo tiene como objetivo arrebatarle su supremacía. De repente sucede lo inesperado por todos y con una combinación de tres golpes Buster Douglas desarticula la
vertical de Tyson. El árbitro cuenta pero Tyson no llega. El combate ha acabado y Buster Douglas es el nuevo campeón de los pesos pesados.

Esta victoria, no obstante, no estaría exenta de cierta polémica. Eun una actitud lamentable y más propia de pésimos perdedores que de personas seria, el equipo de Tyson capitaneado por Don King interpuso una queja al árbitro por lo que consideraron una “cuenta larga” a la caída de Douglas en el octavo asalto. El resultado del combate quedó en suspenso hasta el cierre de la investigación, que evidentemente resolvió que no había irregularidades en la actuación del referí. Douglas era justo campeón.

Ahora Buster era el hombre a batir, la ancha espalda en la que recae la responsabilidad de ser el campeón unificado de la mayor división del boxeo, la que reporta más gloria y reconocimiento. La montaña que supone la primera defensa del título de los pesos pesados se tornaba en Anapurna para Buster Douglas, ya que debía enfrentarse a un Evander Holyfield
que andaba al acecho de los cinturones desde que éstos estaban en posesión de Tyson y que ahora, en manos de Douglas, parecían más a tiro que nunca.
El combate que se dio entre ambos el 25 de noviembre de ese mismo 1990 nos dio la dimensión real de la talla boxísitica de Buster Douglas, además de la nefasta e inexistente preparación de Tyson para el pleito en Japón. Iluminado por los focos del fastuoso Casino Mirage en Nevada Buster Douglas fue un sparring para Holyfiel, que acabó con él por KO en el
tercer asalto.

Douglas solo fue campeón durante ocho meses pero la fama de su victoria le acompañó para siempre. Tras esta derrota en la primera defensa de sus cinturones se retiró para volver seis años después, donde consiguió 7 victorias por una derrota hasta que se alejó del profesionalismo de manera total. Siempre buscó una revancha con Tyson pero por circunstancias y compromisos de uno y otro nunca pudo darse.

En la actualidad Buster Douglas regenta un pequeño gimnasio donde ayuda a jóvenes de suColumbus natal a salir de las calles y labrarse un futuro en el bello deporte del pugilismo. Lejos de las frivolidades, dirige una fundación benéfica e incluso editó un libro de cocina para diabéticos, todo ello aderezado por un guarismo que se convirtió en un mantra para él y para
todo el mundo del boxeo “42 a 1”. Más allá de su labor como entrenador y escritor, su gimnasio es un lugar de reunión y obligada visita al pasar por esa ciudad. Una vez que accedes por esa puerta, tal vez puedas encontrarte a un hombre de rostro afable al que, tras pronunciar las palabras adecuadas, te cuente la gesta que enmudeció al Tokyo Dome un 11 de
febrero de 1990, el día que se convirtió en el primer hombre en vencer a Mike Tyson.

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