Marvin «Marvelous» Hagler – La leyenda del boxeador perfecto

AEBOX/Juan Álvarez/ — Admirado por todos. Admirado, temido y odiado por aquellos que se enfrentaron a él en el cuadrilátero. Púgil preferido por aquellos cuantos aman el deporte de las 16 cuerdas.

Marvin Hagler ha abandonado este mundo a los 66 años de edad. Éste no es un artículo (sólo) sobre su carrera. No podemos abarcar en líneas lo que hizo en vida y que pervivirá durante generaciones tras su muerte. Hagler representa todo lo que debe ser un boxeador. Concentra todos los atributos de un campeón. Las bondades de un ídolo. La sencillez de un héroe mundano de carne y hueso. Tan maravilloso y sobresaliente que su
apellido “Marvelous” no debía ser su apellido, sino su nombre legal.

Nacido en Newark en 1954, su corta carrera (1973-1987) le sirvió para labrar una de las más rutilantes carreras nunca habidas en la categoría de los pesos medios. Con un mastodóntico récord de 62-3 con 52 victorias antes del límite y ninguna derrota por KO, se convirtió en la fuerza de la naturaleza que dominó el boxeo en los años 80.

Puño de peso pesado. Piernas móviles de peso gallo. Quijada de hierro colado como un cañón de la marina imperial británica, solo “Martillo” Roldán culminó la hazaña de mandarlo una vez a la lona. Físico hercúleo labrado a través de horas y horas de entrenamiento, donde los guantes y el hierro de las mancuernas se intercalaban en una sintonía aderezada con el sudor vertido por nuestro protagonista. Si hubo un boxeador perfecto, éste lo consiguió imitando todas las virtudes de Marvin Hagler.

Peleó con todos. Ganó a todos. El padre tiempo le alineó a la vez con Thomas Hearns, Sugar Ray Leonard y Roberto Durán. Ninguno de ellos fue capaz de resolver los interrogantes que el boxeo de Hagler les propuso.

Con el primero de éstos, Hearns, firmó el mejor primer round de la historia de nuestro deporte. El 15 de abril de 1985 en el Caesar Palace de Las Vegas por la unificación de coronas en el peso medio. El primero de los tres que duró esta guerra es la síntesis de toda la historia del boxeo en tres minutos. Tan inconmensurable que, quien habla de este round, solo puede explicarlo, simplemente insta al resto a que lo vea. Una acción incesante por parte de ambos púgiles desde el primer tañido de campana con golpes que estremecían al público que, con una mezcla de admiración y asombro, no alcanzaban a entender por qué Hearns y Hagler actuaban en los diez primeros segundos del combate como el resto de los boxeadores actúan en los diez últimos.

Mucho se escribirá. Mucha tinta correrá enumerando la vida y obra de Marvelous. El artesano de la demolición y la destrucción. Ataviado con su terciopelo azul cielo. Azul cielo como los días de sol de infancia de Antonio Machado. El boxeador favorito de nuestros boxeadores favoritos. Un apuesto hércules de sonrisa hechizante, modales a medio camino entre rectos y desenfadados fuera del ring y una ferocidad pasional, primitiva y racional dentro de él.

Representó todo lo hermoso y noble de este deporte. Marvin Hagler es el advenimiento humano de la edad dorada del boxeo, la que los aficionados más puristas y acérrimos esperan con ansia viva que vuelva, desligada de capítulos bochornosos y combates insípidos que presenciamos hoy.

El verbo hecho carne. El compromiso del entrenamiento diario. La determinación en la aniquilación del rival dentro del ensogado.
La compasión de los grandes vencedores cuando su rival se encuentra postrado ante ellos. La lógica extravagancia de quien lo consigue todo partiendo de la nada. La amabilidad afable que nunca nos esperamos en alguien que ha conseguido hazañas de héroe siendo humano.

Hagler no nos abandona, solo le añade emoción y suspense a la próxima vez en la que nos encontremos con él; mientras llega este momento, nos lega suficientes recuerdos como para que permanezca vivo entre nosotros más tiempo del que nosotros duraremos.

Mas tiempo el que, desde el terreno de los mortales, los hombres normales habitamos y elevamos el cuello hacia el Parnaso donde habitan los dioses.

Que la tierra te sea leve, genio.

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