Gatti vs Ward – La historia del enfrentamiento que los hizo inmortales

AEBOX/Juan Alvarez/ — La Historia “magister vitae”, maestra de la vida, nos ha arrojado a lo largo del devenir de los tiempos personajes históricos a los que no podemos desligar de sus rivales.

Marco Antonio es conocido por sus enfrentamientos con Julio César. Aníbal y Publio Cornelio Escipión. Joe Frazier tumbando a Muhammad Ali pasó a la historia. Márquez y Pacquiao se enfrentaron entre ellos hasta acabar en un cuarto combate convertidos en una perfecta conflagración entre dos máquinas de golpear y no ser golpeadas.

La dulce ciencia se ha otorgado a sí misma la capacidad de atar los destinos de boxeadores con nudo marinero para que no podamos hablar del uno sin referenciar al otro.

Micky Ward y Arturo Gatti. Arturo Gatti y Micky Ward. Dos carreras que podrían haber pasado cómodamente al desván del boxeo, almacenadas y sepultadas en polvo por el paso del padre tiempo.

Las hadas del cuadrilátero, no obstante, reservaron para ellos el camino a la gloria, un camino que no escribieron para ninguno de los dos por separado, sino que debía ser construido por ambos, mano a mano en el cuadrilátero,
mediante el cruce de sus guantes tras tres pleitos épicos. Ambos boxeadores, como personajes de novelas de Kerouac, emprendieron la ardua marcha de forjarse una carrera por solitario, pero juntos encontraron la senda de la gloria.

Micky Ward, nacido el 10 de abril de 1965, fue el típico descendiente de irlandeses criado en Lowell, Massachusetts. A mediados del siglo XIX, la familia irlandesa de Ward abandonó la isla esmeralda huyendo de la hambruna que asolaba a su país de origen. Una vez llegados al país de las barras y estrellas, se establecieron en Boston, la Irlanda estadounidense, para ser carne de cañón en las grandes fábricas de los estados unidos donde la clase obrera levantaba con sudor y rostros manchados de carbón el país
más poderoso del mundo.

Arturo Gatti llegó al mundo un 15 de abril de 1972 en el país de la bota, concretamente en la ciudad de Cassino. En una Italia que en aquella época se hallaba en el desgobierno y la descomposición, su familia se trasladó a Quebec para más tarde instalarse en Nueva Jersey, patria chica italoamericana.

Gatti y Ward fueron, en conclusión, dos hijos de la clase obrera que, como se ha comentado en multitud de ocasiones, vieron en los guantes de cuero la manera de cambiar su estrella y la de toda su familia, de no volver a caer en las fauces de la pobreza que una vez les arrancó de los brazos de su patria natal.

Sus carreras se cruzan por primera vez para no separarse jamás un 18 de mayo de 2002. Al momento de su primer enfrentamiento, los dos contendientes se encontraban prácticamente en el cénit de su carrera, que llegaría en ambos casos en el desarrollo de esta trilogía sin parangón en los anales boxísticos. Gatti venía de enfrentarse y dar la batalla ante el “Golden Boy” Oscar de la Hoya, además de haber conquistado títulos Junior en las 130 libras. Ward, por su parte, ya se había fajado con gente como Zab Judah.

El primero de los tres combates es considerado por muchos de los entendidos del boxeo como uno de los mejores de todos los tiempos.

El combate comienza con un ritmo incesante. Ambos peleadores en el centro del ring, con Ward dominando la distancia con su jab. Los intercambios, cortos pero con golpes decididos e intensos, se asemejan al choque de dos placas tectónicas que en su fricción imparable causan el origen de los continentes. La mano de Ward parece envuelta en pesado plomo pone en mal lugar a Gatti en varios rounds, que se salva por la campana en más de una ocasión. Este devenir implacable de golpes se sucede durante los primeros ocho asaltos.

Llega el noveno. El asalto diferencial de la trilogía y uno de los mejores rounds de todos los tiempos. El fuego de artillería se derrocha desde las dos trincheras, y su sonido en el cuerpo del rival produce un sonido que explota y se eleva por el eco del Mohagan Sun Casino de Uncasville. A los 10 segundos del inicio del asalto, Ward consigue tumbar a Gatti. Comienza la cuenta. El italoamericano retuerce la cara de dolor. Busca con su mirada complicidad en algún punto de su esquina, pero no halla más que la soledad propia de los protagonistas de los cuadros de Hooper. Se rehace. Sobrevive. Cuando recupera el aire Gatti comienza a ir hacia delante y pone contra las cuerdas a Ward, que se ha convertido por instantes en una masa de carne tumefacta a merced del de Cassino. Gatti busca rematar el combate con combinaciones arriba y abajo, pero Ward contraataca. El último minuto de este round recuerda a una tragedia griega. Los golpes
de los guantes de cuero enmudecen, absorbidos por el sonoro fervor de un público que no acaba de creer el intercambio brutal que está presenciando.

Acaba el noveno. Y el décimo.

Ward es declarado vencedor por decisión mayoritaria pero ambos púgiles son conscientes en lo profundo de su corazón de que su rivalidad acaba de empezar. El sonido de la campana es un punto y seguido, no un punto final. Esta pelea será elegida “Combate del año” y el noveno asalto “Asalto del año”.

El mundo del boxeo prácticamente no ha tenido tiempo para digerir el espectáculo que se dio en mayo cuando recibe la noticia de que habrá una revancha en noviembre. Esta vez serían las luces del Broadwalk Hall de Atlantic City las que alumbrarían la revancha de Gatti y Ward. En este segundo pleito Gatti cambia de estrategia y pasa al ataque; en vez de boxear hacia atrás e intentar trabajar sobre el fallo del jab de Ward, utiliza
movimientos de defensa para castigar las zonas blandas de su rival. La estrategia le funciona y Ward cae en el tercero; en un destello fugaz, Gatti conecta un brutal croché de derecha que hace que Ward se precipite de bruces contra la esquina neutral y caiga al suelo. “Irish” se levanta resoplando, con la mirada perdida y la soledad del corredor de fondo. Acaba de ser consciente de que la pelea va a ser larga y su rival ha olido sangre.

En cuanto que termina la cuenta de protección, ve abalanzarse sobre él un rayo azul que sigue castigando de manera incesante sus partes blandas. Solo una quijada de roca irlandesa permite a Ward sobrevivir a este asalto.
La pelea continúa y a pesar de que Ward no está lejos en los intercambios de golpe ni en el desenlace de los asaltos, ambos peleadores saben que salvo catástrofe esta vez las tarjetas darán la victoria a Gatti. En el décimo asalto, “Irish” continúa lanzando para buscar un K.O salvador. Gatti, más fresco, se puede permitir bailar, esquivar y contragolpear. Suena la campana y en esta ocasión “The Thunder” termina con el puño en alto por decisión unánime.

Sin tiempo para el descanso, como si la tercera pelea fuese una continuación de las dos anteriores y sin otros rivales por medio, el 7 de junio de 2003 nuestros modernos pancracios volvían a verse las caras sobre el tapiz del Caesar´s Palaces de Las Vegas.

Antes del inicio de las hostilidades, la atmósfera del pabellón sirve de oráculo ante el espectáculo que se va a presenciar. La forma física de los contendientes, esculpida en mármol de Carrara de 155 libras cada uno, promete no dejar indiferente a nadie.

Suena la campana. La batalla final es un calco de la segunda. Golpe a golpe. Asalto a asalto. Gatti domina la distancia, entra y sale golpeando. Ward se introduce en la guardia de su rival para hacer estallar golpes en su cuerpo, reverberando en todo el recinto. En la distancia de 10 asaltos, cada uno de los contendientes cuenta con varias ocasiones en las que tiene a su rival contra las cuerdas clamando piedad, sin embargo, ninguno de los dos consigue ejecutar al hombre que enfrente se viste de tancredo. Lucha sin cuartel.

El último minuto del décimo asalto es una oda al amor por este deporte. En el centro del cuadrilátero, Gatti y Ward dan y reciben golpes que les hubieran tumbado cualquier noche, pero no ésta. Ninguno de los dos se amilana y responden al fuego con fuego. En este momento, los golpes de los púgiles que antes se elevaban sobre el ruido del gentío,
ahora se ahogan bajo el aplauso enfervorizado de los allí presentes. El tributo del público, merecido, aparca filias y fobias sobre quién debe ganar o perder para dejar paso al arte por el arte. Al terminar la pelea, el sincero abrazo entre Gatti y Ward sella para siempre una trilogía que quedará para siempre en los libros de registro del noble arte.

En medio de una nube de fuegos artificiales, Gatti vuelve a ser proclamado por decisión unánime vencedor. Tal vez, en este caso, éste es un dato anecdótico.

La carrera de ambos no volvió a ser la misma, no podía ser la misma. Ward se retiró, poco más le quedaba por hacer después de la demostración de corazón que había hecho.

Gatti peleó cuatro veces más, una de ellas incluso con Floyd Mayweather, para retirarse con un halo de leyenda a la Quebec que le acogió. Años más tarde y de manera trágica apareció sin vida en su domicilio en un suceso que aún hoy ha dejado muchos cabos sueltos.

Gatti y Ward se encontraron en el momento y el lugar indicados. Dentro del ring llegaron al cénit de su carrera para dejar actuaciones que siguen grabadas en piedra para no ser jamás olvidadas. Juntos consiguieron que aún hoy, casi dos décadas después, los afortunados que estuvieron allí presentes se les erice el pelo al recordar el noveno asalto del primer combate.

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