AEBOX/Juan Álvarez/–El oficio menos agradecido. El primer criticado, último felicitado. La invisibilidad en la normalidad. Un fantasma en el trabajo bien hecho. A quien toca dar explicaciones que no corresponden y recibir reprimendas de destinatario equivocado. Ese es el oficio del árbitro.
A pesar del velo que la mayoría de los aficionados al boxeo le colocamos al tercero sobre el tapiz, cuyo nombre vida y obra suele pasar inadvertida ante nuestros ojos a no ser que, en la mayor parte de los casos, el boxeador al que apoyamos no gane, algunos pocos, por desempeño y longevidad de su carrera, se convierten en un puntal del deporte. Tan antiguos e importantes dentro de las dieciséis cuerdas que no nos lo imaginamos fuera de ellas, como si no existiera antes de ellas, después de ellas, y su bagaje vital se circunscribiera a cohabitar ese espacio junto con dos boxeadores. Árbitros que han protagonizado tantas o más noches que púgiles de cinturones. Pocos son esos y Mills Lane es uno de ellos.
Mills nació un 12 de noviembre de 1937 en Georgia. Otros tiempos. Aún no había acabado la Gran Depresión ni había comenzado la Segunda Guerra Mundial. Los vastos campos de melocotón de la región en la que nació y se crió no eran ni lo que fueron antes ni lo que serán después. Tiempos duros que hacen hombres duros.
Hombre duro y, por qué no decirlo, de familia poderosa. Un combo imparable. Durante su trayectoria escolar y universitaria comenzó a destacar en hockey, fútbol y boxeo. Tres años en el cuerpo de Marines y más tarde su graduación en la Universidad de Reno.
Su pasión por el boxeo se vuelve definitiva, definitoria, absorvente, decisiva. Se lanza de lleno al deporte de los caballeros envueltos en guantes de crin de caballo. Se llega a presentar a las pruebas eliminatorias para los juegos olímpicos de 1960. Llega a acumular un bagaje profesional de 10-1 con derrota en su debut.
Se introduce en la carrera judicial y es en este momento, tras su retirada como boxeador, en la que comienza a coquetear con ser árbitro y no peleador. Regular la guerra en vez de protagonizarla. Tal vez, de esta manera y sin saberlo, acumulaba incluso más poder que antes.
Su primer campeonato mundial de boxeo es en 1971 y desde entonces hablar de su carrera es hablar del desarrollo del boxedo durante las décadas de los 70, 80, 90. Desde combates que prácticamente aparecen en blanco y negro y boxeadores jornaleros hasta veladas de cine en la que los boxeadores, estrellas de rock, se ganan la bolsa de la jubilación en un solo show. Todos ellos, ricos, pobres, mediocres e inigualables, se tuvieron que someter a la rígida mirada de Mills Lane.
Protagonista en discordia de una de las noches más recordadas de la historia de nuestro deporte. El 28 de junio y de rebote, ya que no estaba acordado que arbitrara ese pleito, le tocaba mediar entre las hostilidades de Evander Holyfield y Mike Tyson por los títulos de los pesos pesados. Tyson andaba nervioso y desquiciado esa noche y andaba rondando por ahí uno de los lóbulos auditivos de Holyfield. El resto ha pasado a ser un acontecimiento que hunde sus raíces en la cultura popular y él estuvo ahí.
Su última pelea fue de otro gigante como Thomas Hearns en 1998. De la Hoya, Hopkins o Pacquiao tuvieron que someterse a sus dictámenes. El boxeo durante casi tres décadas paraba y continuaba tras su voz.
Polifacético y con vista de negocios, el tirón mediático que acumuló durante su dilatada carrera podía monetizarse y como para eso también hay que valer participó en diversos programas televisivos como la WWE ejerciendo de árbitro showman o como juez. Siempre el mismo papel, el de hombre que ha de apaciguar la anarquía En 2013 su trayectoria fue recompensada y reconocida con el más alto honor que puede experimentar una persona que se involucre en este deporte, su inclusión en el Salón de la Fama.
Gran árbitro, con el don que tienen pocos, igual que lo tienen pocos boxeadores, de saber actuar en el momento correcto, tanto como para dejar seguir o parar las hostilidades. Con carácter, duro, no se dejaba amilanar. Su brillante cabeza, prominente mentón y mirada penetrante era capaz de neutralizar las miradas o quejas de los boxeadores que intentaban llevarle a su terreno. Su estilo de desempeño no puede ser resumido mejor por nadie que no sea él mismo: «Cuando estoy trabajando en una pelea, le doy la misma energía y atención a una pelea de cuatro asaltos que a una pelea de un millón de dólares. La forma en que lo veo, en cualquier caso, en esa noche, es la pelea más importante en la carrera de esos peleadores”.
Incluso en los peores escenarios hay cabida para un atisbo de cordura. En medio de un combate de boxeo, cuando dos púgiles abandonan todo pensamiento que no sea el primitivo de esclavizar la humanidad rival mediante sus golpes, donde solo se piensa en el daño aplicado y no el recibido, también hay normas. En el momento en el que somos menos humanos aparece la figura de Lane, la última ligazón a la cordura, la de la moderación en medio de la guerra.
Descanse en paz.