Sergio Nuñez Vadillo – El púgil que tiró la toalla.

AEBOX/Sergio Nuñez Vadillo/ — El sonido del gong anuncia que el púgil debe abandonar su esquina para regresar al centro del cuadrilátero y reiniciar el combate. De fondo se escucha la voz del speaker: ¡segundos fuera!, en ese momento el entrenador y cutman desalojan la esquina; el púgil saluda a su contrincante, pues las normas boxísticas obligan a saludarse en el último asalto. El boxeador está considerablemente dañado, la guardia es difícil mantenerla alzada, se encuentra fuera de la distancia y ya no golpea, solo recibe contundentes golpes de su adversario, que golpea con virulencia sobre su costado para sacarle el aire y rematarle con directos y rápidos crochet de izquierda. Nuestro púgil se siente asfixiado, agobiado, débil, afligido, pero su valor, fidelidad y resistencia le mantienen vivo sin llegar a pensar en la derrota, o, lo que es peor, la rendición.

El boxeo no miente, subir a un ring es un medio muy fiable de saber lo que uno vale: o das una paliza, o te la dan, pero no se puede mentir, ni a uno mismo, ni a los demás. Nuestro púgil se desenvuelve mejor en el cuadrilátero que sobre el ring de la vida. Ahora se siente arrinconado y vapuleado por las 16 cuerdas, noqueado y sonado, tambaleándose en la encrucijada del cuadrilátero, hasta que decide acercarse tímidamente a su esquina coge la toalla y la tira a la lona, ante la perplejidad de propios y extraños.

Es un momento excepcional y único, nunca visto anteriormente en un ring, que sea el propio boxeador y no el entrenador quien tire por voluntad propia la toalla sobre la lona del cuadrilátero.

En la vida como en el boxeo nunca hay que tirar la toalla, porque sino todo lo que has luchado y vivido no ha servido para nada. Pero en esta ocasión, el púgil no tiene fuerzas para continuar.

Son muchos los incondicionales de este humilde boxeador de 38 años, una edad muy propicia para retirarse, de 64 kilos, peso super-ligero que se sientan decepcionados, ya se habían acostumbrado a asistir a una velada en la que podían disfrutar de un boxeo aguerrido, pero noble y pausado, en donde los golpes se seleccionaban o pensaban de forma sabia y prudente, respetando al rival, pues de eso se trata en boxeo, golpear y no ser golpeado, utilizando la inteligencia, la vocación, el talento, el corazón, y en último lugar los puños. Siempre con respeto y honor.

Han sido numerosos los “golpes bajos” recibidos en los últimos combates, más en la lucha diaria de la calle que sobre el ring. De esos es más difícil reponerse. Pero como los buenos boxeadores se ha renovado y, en algunas ocasiones, ha salido reforzado al ring para seguir soltando golpes certeros sobre el rival. Pero, como todo en la vida, en

algunos casos, el rival está en casa. Por ello, en el noble arte del pugilismo el principal rival es siempre uno mismo.

De ahí que no tenga más fuerzas para seguir luchando, y, traicionándose así mismo, tenga que abandonar y tirar la toalla. No puede más. Se siente decepcionado y desilusionado porque su verdadera pasión y a lo que lleva dedicándose toda la vida con sacrificio, disciplina y valor ha podido con él. Aunque, para ser más exactos, han sido las condiciones impuestas por el sistema dominante en la sociedad actual y las enormes adversidades y problemas que tiene que sufrir diariamente en esta sociedad deshumanizada las que le han empujando al abandono. Así es imposible subirse al ring.

De todas formas, y sin que él se dé cuenta, ha sido la mejor opción. Ya que continuar peleando le hubiera empujado a recibir más golpes bajos e, incluso, podría haberse quedado sonado. Por ello, lo mejor es la retirada, ya que no valía la pena seguir peleando sin tener ninguna valoración, sin detalles y sin poder ganar una “bolsa” adecuada.

En boxeo están prohibidos los “golpes bajos”, pero no en la vida no esa así, esta permitido todo.

Es muy duro y difícil dotar a una vida de esfuerzo, valor, fidelidad, honradez y sacrificio en todo lo que se hace: trabajo, aficiones, amores, deporte, amistades, fe y espíritu; y de repente tener que tirar la toalla contraviniéndose a uno mismo, a pesar de ser la acción más inteligente que se podía hacer, puesto que para los boxeadores la lucha y entrega es innato. Hay una relación proporcional entre el sacrificio y el resultado.

En el mundillo del Boxeo es conocido que los púgiles generan unas partículas internas propias para defender su cuerpo de los golpes que reciben, y por eso tienen tanto aguante en un combate; pero los golpes que da la vida son mucho más duros y más difíciles de soportar que los del cuadrilátero, en donde los rivales en el primer y último asalto están obligados a saludarse. En el ring de la vida esta todo permitido.

Ahora, para nuestro púgil tocará levantarse de nuevo de este duro lance, y, lo más importante, ir pensando en dejar el boxeo definitivamente. Aunque podría ser que el boxeo fuera quien lo dejara a él.

Ahora le tocará centrarse en el ring de la vida, olvidando los golpes bajos recibidos y si no se encuentra bien bajar de peso, al ligero, o subir al Welter; que se dice en el argot del pugilato, eso siempre regenera y sirve para reinventarse, que es de lo que se trata cuando sufres un duro golpe o revés. Sin embargo, ahora el cuadrilátero de la vida esta muy convulso y revuelto, no son buenos tiempos para los idealistas y valientes, sino para los cobardes y traidores, por ello se suele decir que el boxeo es una metáfora de la vida, o al revés, la vida es una metáfora del boxeo.

En la vida las cosas pasan, a veces, cuando menos te lo esperas. El darlo todo no significa que lo recibas todo, ya que, una siembra no significa que tengas una buena cosecha. Que los momentos son cortos y por eso hay que disfrutarlos; que las lágrimas no las merece quien las hace llorar, y que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Que tirar la toalla no significa renunciar a los sueños…

La forma de las piedras en el cauce de los ríos no se hace por la fuerza con la que golpea el agua sobre las rocas, sino por la perseverancia del agua al pasar. En la vida y en el boxeo sucede lo mismo.

Y es que, nuestro púgil ha tirado la toalla a la lona del cuadrilátero, pero no dejará de pelear por lo que cree, ya que ha mantenido su fe intacta. Lo que no te mata, te hace más fuerte. Ahora lo único que necesita es tiempo, respirar profundo y buscar una nueva quimera por la que luchar y vivir; porque vivir es luchar y luchar es vivir.

A pesar de todo, no se olvidará de aquellos días grises, del olor del gimnasio a cuero de los guantes de 10 onzas, del sonido de las zapatillas al restregarse en la tarima del ring, el aroma a embrocación, la luz penetrando por las cristales y los púgiles sorteándola haciendo sombra con su destello, la respiración, la distancia, la sombra que persigue a todo boxeador, el ruido de golpear el saco, la mirada misteriosa de los sparring, la tensión antes de una gran velada, la magia del ring, el eco inconfundible del gong entre asaltos…

El boxeo está impregnado de un temblor poético en la reseña de todos sus combates, además de la presencia del tiempo, diez segundos para que te levantes, si te tiran; tres minutos para los asaltos, que pueden ser doce; sesenta segundos para descansar entre rounds hasta que suena la campana.

Los combates de boxeo y los sueños tienen algo en común, y es que como en las películas ambas contiendas concluyen con la palabra fin.

¡Segundos fuera!

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