AEBOX/Juan Álvarez/ — Cine y boxeo. Boxeo y cine. Nunca un deporte fue retratado tan bien en la gran pantalla ni proporcionó tanta inspiración a los cineastas. De la misma manera, el empuje que la industria fílmica ha dado a la dulce ciencia del pugilismo es impagable. El cine ha hecho que millones de personas tengan la osadía de enfundarse unos guantes con la esperanza de emular a los héroes que vieron en una pequeña sala. Allí, en las conocidas butacas donde la mezcla del olor a moqueta y a palomitas calientes convierte a los hombres en leyendas, sucede la segunda parte de esta historia.
Discusiones sobre calidad y preferencias aparte, parece evidente que “Rocky” es la película de boxeo por excelencia. Su banda sonora ha pasado a formar parte del imaginario colectivo occidental y se ha convertido en una obra de culto. Superada su mera función de entretenimiento, ha conseguido forjar a fuego el “sueño americano”, la idea de que en el país de la libertad y las oportunidades todos tendremos nuestra ocasión de triunfar y pasar a la posteridad; como dijo Clint Eastwood “las grandes aportaciones de Estados Unidos a la cultura del siglo XX son dos, el jazz y las películas.
La historia del púgil italoamericano oriundo de Philadelphia que se enfrenta el día de Navidad al campeón de los pesos pesados “Apollo Creed” no surge del ingenio del autor de la película, Sylvester Stallone. Para su suerte y para la de todos los aficionados, Stallone solo tuvo que acudir a una velada de boxeo a recoger el fruto que la dulce ciencia le proporcionaba. La pelea del púgil desconocido y al borde del retiro que se enfrenta al campeón indiscutible ocurrió de verdad.
Chuck Wepner, el protagonista de esta historia, se encontró con la oportunidad de pasar a la posteridad casi por accidente. Boxeador mediocre en récord y aptitudes boxísticas (35-14-2) era un trotamundos del ring. Había vagado por los peores clubes de boxeo del país de las barras y estrellas alternado con combates contra rivales a distancias siderales en técnica como George Foreman o Sonny Liston. Sin embargo, su capacidad encajadora era ciertamente apreciada y siempre se le reclamaba en los combates de preparación, aquellos en los que un púgil de primer nivel necesita ganar de manera clara, recuperar la forma física y la confianza. Su propio apodo, “El Sangrador de Bayonne” hacía referencia no a la capacidad que tenía de hacer sangrar a sus rivales, sino a la facilidad con la que éstos le abrían las cejas cada combate. De manera frecuente en sus combates, de estas cejas fluían manantiales de sangre de la misma forma en la que el agua sale por un grifo con la llave abierta (acumuló la friolera de 329 puntos de sutura en las cejas a lo largo de su carrera profesional). Tras esta presentación, poco cabía esperar de un Wepner más allá de algún que otro combate más que le permitiera cobrar una buena suma de dinero, no salir excesivamente magullado y poder seguir con una vida cómoda más allá de la moqueta del ensogado.
Los mimbres, pues, que presentaba Wepner allá por 1974 no eran los más indicados para albergar algún tipo de esperanza en forma de alegría deportiva. No obstante, una llamada del siempre siniestro-incalificable-mediático Rey Midas del boxeo, Don King, parecía darle una última alegría en el cuadrilátero. Se enfrentaría a George Foreman, el campeón de los pesos pesados, por la nada despreciable cantidad de 100.000 dólares. Una oferta irresistible que Wepner no dudó en aceptar. Sobrevivir y cobrar. Parecía relativamente fácil.
Para desgracia de Wepner, su cheque parecía alejarse cuando el 30 de octubre de 1974 un acontecimiento sacudía el mundo del boxeo. En Kinshasa (Zaire) Muhammad Ali, antes llamado Cassius Clay, vencía de manera clara a Foreman y retomaba su idilio como campeón ecuménico de los pesos pesados, idilio que fue roto de manera abrupta cuando Ali se negó a embarcarse en la cruenta Guerra de Vietnam. De esta manera Wepner, que había acordado enfrentarse a “Big George” vio como presumiblemente su última gran oportunidad de ganar dinero con el boxeo se venía debajo de la misma manera que Foreman en la batalla de la jungla.
Don King tenía otros planes para Wepner. Después de la devastadora conflagración que Ali había tenido contra un rival temible como Foreman, se merecía un combate en el que poder pegar a placer, en el que poder seguir picando como una avispa y flotando como una mariposa; dado que Wepner no tenía nada mejor que hacer en esta vida, este nuevo duelo se arregló rápidamente y el Ali-Wepner por los títulos de los pesados que estaban en posesión del de Louisville quedó fijada para el 24 de marzo de 1975 en el Richfield Coliseum de Cleveland, Ohio.
La “press tour” del combate pareció por momentos la redacción colectiva del epitafio del bueno de Chuck. Nadie apostaba por él. Si somos sinceros, seguramente Chuck apostó por su rival para la pelea (las casas de apuestas le daban 30 a 1). La revista Sports Illustrated, que seguía de cerca la previa del enfrentamiento, soltaba una lapidaria frase de buenismo pero que sin saberlo daba una de las claves que determinarían el desarrollo del combate y el propio desempeño de Wepner en el mismo: «Un ancho bloque de corazón y sueños, uno de los últimos peleadores de clubes, de esos que te dan todo lo que tienen, que convierten al ring en un mar púrpura y siguen pidiendo más«. Durante los careos y ruedas de prensa la lengua de Ali, casi tan rápida como su juego de piernas, no ahorraba en calificativos despectivos contra su rival. Muhammad hablaba con la confianza del que sabe que no tendrá que rendir cuentas por lo dicho tras una posible derrota. La ceremonia del pesaje fue la continuación de esta humillación sistemática de Wepner por parte de Ali. Con su inmaculado batín y calzón de satén se subía a la báscula como si todo esto fuera un trámite administrativo que acabaría irremediablemente en su victoria, como el que espera un tren en el andén sabedor de que éste llegará a su hora. Wepner, por su parte, sonríe con la humildad de quien no tiene nada que perder en este mundo salvo las cadenas.
“Quiero una pelea limpia”, “Sigan mis indicaciones”, “Protéjanse en todo momento”, “Toquen guantes”, “Que Dios les proteja”. Segundos fuera, solo tres hombres encima del cuadrilátero y el más grande de todos los tiempos golpea a placer al sangrador. Todo va según lo previsto. Nadie se puede sentir defraudado por lo que está pasando porque todos sabían que esto era precisamente lo que iba a pasar. Los ocho primeros rounds pasan con la normalidad esperada por público, esquinas, jueces y peleadores.
El noveno asalto nos sacude y son de los se que quedan grabado a fuego de la historia del boxeo. A pesar de que nada cambió, pasará a la historia. En la segunda mitad del asalto, el aleteo de Ali por la periferia de ring es abruptamente interrumpido por un gancho de derecha de Wepner. a la zona hepática del púgil de Kentucky. Ali tropieza de espaldas y cae al suelo. A pesar de que Ali se ha levantado de manera inmediata y no parece afectado en demasía, ha obligado al tercer hombre sobre el ring a aplicarle la cuenta de protección. El público, hasta entonces instalado de manera unánime en un sopor por lo rutinario y esperado del espectáculo, ahora se divide entre los que jalean la gesta de Wepner y los que callan de manera tensa ante la caída del más grande, como si hubieran presenciado la caída de una secuoya milenaria a cámara lenta.
En los siguientes rounds hasta el decimoquinto la pelea se intensifica. Ali comienza a arremeter de forma rápida, tersa y violenta, deseoso de sanar un orgullo herido y hacerle cobrar el peaje a Wepner de haberle derribado. Chuck, por su parte, fija su ensangrentado rostro en el que antes veía como verdugo y ahora ve como presa. Faltando 19 segundos para el final, Wepner no da más de sí, hinca la rodilla y pierde por KO técnico. Ali sigue siendo campeón de los pesados pero el ganador moral de la pelea es Wepner, que recibe de parte del público el tributo del aplauso por la lección de valentía, coraje y determinación que acaba de ofrecer al mundo entero.
La hazaña que había sucedido esa noche en Cleveland corrió como la pólvora por todo el país, y un joven italoamericano llamado Sylvester Stallone, medio vagabundo con ínfulas de actor y director de cine, decidió recoger en su cesto la inspiración que la lucha titánica de Wepner le había dado. Solo un año después de la pelea, en 1976, se estrenaba “Rocky” donde un matón con una mediocre carrera boxística conseguía la oportunidad de luchar por el mundial del peso pesado contra Apollo Creed. El legado de la saga de películas Rocky no necesita presentación.
Chuck Wepner se retiró tres años después sin ser capaz de rubricar una hazaña parecida en el ring. Ali, por su parte ganó a todos, demostró todo lo que tenía que demostrar y su faceta deportiva trascendió para convertirse en un icono del siglo XX.
Chuck amaneció el 24 de marzo de 1975 pensando en cobrar una suculenta suma de dinero y se fue a la cama habiendo protagonizado una historia inolvidable. Ali, al igual que relató el eterno Manuel Alcántara en la pelea de este contra Evangelista, tal vez se fue a la cama pensando que Cassius Clay habría finiquitado a Wepner antes del cuarto. Ambos dos, sin quererlo, alteraron el guión que el mundo había escrito para ellos en ese 24 de marzo para rubricar una historia de película.