«Finito» López, la historia de un invicto

AEBOX/Juan Álvarez/–Chuck Palahniuk dijo una vez en boca de Tyler Durden que no quería morir sin cicatrices. Marcas de vida. Rúbricas de nuestras hazañas pasadas, presentes y futuras. Renglones doblados y quebrados que brillan en la piel y relatan lo más cerca que simples mortales anduvieron cerca de la muerte.

¿Qué es la ausencia de marcas y cicatrices? ¿Exaltación de lo mucho o de lo poco vivido? Quien hoy ocupa estas líneas protagoniza una extensa glosa sin cicatrices, máculas o marcas.

 Finito López cumpliendo años goza de amplio bagaje vital sin derrota alguna en el apartado boxístico. Lo perfecto dentro de los humanos y a la vez lo frío de la estéril de la perfección. Un 25 de julio de 1966 bajo el apolíneo sol de Morelos veía la luz Ricardo López.

Pronto aprendió el sacrosanto ritual del vendaje en el vestuario, el tañido de la campana, el universal caminar hacia el centro del ring. Un año antes de contar una década en nuestro mundo debutaba en el campo amateur, donde acabaría su estancia con un 52-0 que ya nos hablaba de lo que estaba por llegar.

En esta época «Finito», apodo de ineluctable imposición debido a su físico, comenzaba ya su costumbre de acumular trofeos y reconocimiento con el «Guantes de oro» a la cabeza.

 El 18 de enero de 1985 comenzaba su particular Hégira hacia la gloria. Cuernavaca, Morelos el escenario. Rogelio Hernández la primera piedra en el camino. Cayó como un falso ídolo de oro al que acompañaron más con diferente oposición pero mismo resultado.

 El 25 de Octubre de 1990 Finito decidió cambiar la tinta por el oro para escribir su historia. Viajaba a Japón a disputar el CMB Mínimo ante Ohashi.

 Japón. Oriente. Nada más allá. Decían los macedonios que Oriente solía tragarse a los hombres y sus sueños. No pudieron con él y en una reunión de boxeo de solo cinco asaltos se convertía en inmortal nuestro protagonista.

 Del 1 al 52. Del mínimo al minimosca. De un organismo a otro. De un continente a otro.

Finito se retiró no solo invicto, sino con la sensación de transmitir una pureza boxística, un enterismo en el hacer que pocos (ninguno) han igualado en los pesos chicos. Capacidad sin parangón de aunar el bombardeo por saturación y la violenta percusión en un mismo combate. 38 victorias de 53 sin dar trabajo a los jueces y el reconocimiento de un mundo que maltrata como pocos a sus vástagos y los devora como en la pintura negra de Goya.

Finito fue y sigue siendo inspiración y cultura popular. Hoy comentarista de boxeo, ayer personaje protagonista de «anime» japonés, abanderó la entonces normal costumbre de enfrentar a todo lo que se le pusiese; tailandeses, filipinos, mejicanos y nicaragüenses vieron como una y otra vez Ricardo López con Don Nacho Beristáin abandonaban el coliseo con el puño en alto.

Cuando todos miraban a moles de 100 kg partirse la cara a mandobles sin técnica alguna, mientras México adoraba a Chávez y vociferaba de manera timorata al resto, mientras a los demás se les perdonaba o crucificada por su primera derrota, ahí estuvo «Finito» consiguiendo lo que pocos más pudieron hacer antes que él y sin pagar la marca de la derrota como pecado original.

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