Warrington y Lara tendrán que ir a la tercera pelea – Un cabezazo involuntario arruinó el combate

AEBOX/Juan Álvarez/ — Doble o nada. Repetición o redención. Nueva suerte o nueva muerte. Pocos acontecimientos atraen tanto en el apartado boxístico como una revancha. La vuelta al cruce de espadas. Dos miradas que se vuelven a cruzar con la promesa de la destrucción recíproca. Dos esperanzas de victoria y solo una se cumplirá.

Temblores en Leeds ante la aparición del peleador anfitrión. Pantaloneta con los colores de la zamarra del equipo de fútbol local. Warrington se acerca al ring. Pómulos marcados que cortan la luz y proyectan sombra sobre su rostro. Vista marcada en el objetivo. Mandíbula que se cierra, quién sabe si ensayando ya ante el inminente bocado a su presa. Música y fuego mientras se acerca al reñidero de gallos. Turno el suyo de demostrar que la derrota en el primer pleito fue un paso atrás para tomar impulso.

El segundo hombre.
Corrido mexicano acuchilla el cielo típicamente encapotado de Leeds. Se acerca al ring un poncho y sombrero charro. Piel morena y cetrina. Poncho blanco dorado. Lara promete más fuego.

Presentaciones, puños al aire. Los monosabios abandonan el ensogado y se vacía el ring éste parece pasar de una cuadrícula de 6×6 a la inmensidad de un campo de minas de la Gran Guerra.

Primer asalto y Warrington desenfunda y comienza a soltar manos. Las balas silvan desde ambos lados. El Bronco Lara se echa hacia adelante y busca la incisión con su croché de izquierdas. Se suelta mucho, duro, rápido. Primer asalto de infarto. No hay jabs de distancia. Se va con todo.

Segundo asalto. Último asalto. En una continuación de las hostilidades iniciales Warrington y Lara chocan. En el mismo instante el párpado de Lara se torna en un manantial de sangre que dura hasta el final del asalto mientras que todos se temen el final.

Esquina de Lara cariacontecida al ver que no hay vaselina en el mundo que cierre ese corte. El mexicano, su equipo y el árbitro lo saben. El médico, cuya presencia trae siempre las malas noticias, confirma lo sabido por todos.
Se detiene la pelea al final del segundo con empate técnico y nuestro consuelo es el Warrington Lara III.

«Benn triunfa ante un Granados que rehusó pelear»

Y en las aguas bravas, ahí donde los gritos ensordecedores de los que desafortunados que se precipitan al fondo de la inmensidad del océano abisal, el que fue capaz de asirse al mástil consiguió la suprema recompensa de la vida.

En un momento en el que la división de los welter genera más información y pleitos de los que podemos asumir ( lo que llevamos y lo que queda) uno de los agitadores de la división, Connor Benn, presentaba sus credenciales a la gloria máxima el 4 de septiembre en Leeds en la reunión de puños organizada por Machtroom Boxing.

Suena la primera campana. Baile grácil de Granados alrededor de un Benn que coloca en su pantalla la opción de aniquilar. Empieza ansioso un Benn que avanza con el jab en sus versiones arriba y abajo. Poco cruce de guantes en la distancia del dinero. Es pronto y los tres primeros minutos serán de presentación. Granados sin miedo enfocado en su defensa. Se acaba el primer round y cada uno a su esquina.

En los vomitorios del estadio del Leeds, en las catacumbas de los nuevos coliseos copados por aficionados y sus cervezas, suenan trompetas y corridos aztecas. Verde y oro para el de la bandera del águila sobre el árbol del nopal. Adrián Granados un mejicano más al grito de guerra. Rostro serio, responsable. Como todos sus compatriotas al acercarse al púlpito del ring, este predicador azteca carga sobre sus hombros con el predicamento hecho en tiempos pretéritos como Sal Sánchez, Chávez, Morales, Barrera, Márquez… Cualquier boxeador está a un golpe de cambiarlo todo.

Silencio que precede al primer rugido de la tormenta. El público pasa de jalear a bancar duro al siguiente pancracio en salir a escena. Humo blanco que envuelve a una figura negra escoltado por su cohorte de acólitos que le llevan en volandas al ring. Connor «The Destroyer» Benn que se presenta dispuesto a que su récord permanezca sin el pecado original de la derrota. Su fuerza preconiza la de un púgil que no sueña con llamar a las puertas del cielo sino a derribarlas con arietes como puños.

Segundo y tercer episodios de este libro a diez capítulos que discurren de la misma manera. A pesar de que Granados comienza a perder piernas no deja de moverse. Ambos se colocan frente a frente, sin escorar los pies hacia fuera en busca del hueco. El jab toma protagonismo en ambos contendientes.

Del cuarto al sexto asalto Benn desata la tormenta perfecta. Comienza a buscar las zonas bajas del azteca Granados con la virulencia de un látigo de cuero. Granados responde al fuego con fuego pero no parece suficiente para doblegar el ímpetu del de Ilford, que además se gusta en la defensa con un muestrario de defensas en movimiento y en parado

En el séptimo Granados empieza a asumir que se enfrenta a una tesitura irresoluble. Benn percute su humanidad como un tambor. Granados rehuye y nada hacia la orilla. Benn se enoja y le pide acercarse, como los toreros que se quieren lucir, a trabajar en el medio del ring. Granados vuelve a tirar de piernas con la espalda pegada a las cuerdas buscando una mano que le de la vuelta a todo. Trash talking, poco más y se acaba el séptimo.

El octavo se resuelve en similares términos al séptimo. Granados calca su actuación en estos últimos asaltos. Granados rehúsa el pleito mientras que Benn suelta todo lo que tiene. Va a ganar, va a convencer y tal vez entre asaltos ya piensa en su más que probable pleito contra Bronner en diciembre. A pesar de todo, suma kilómetros y se ha mostrado más maduro.

Granados por su parte cambia la prudencia y la lucha por la supervivencia por la pura cobardía y, directamente, corre ante el cabreo y la indignación de Benn.
Campana final y victoria sin paliativos para un Benn que sueña con todo y todos.

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