¿Qué es un Interclub?- Por Juan Álvarez

AEBOX/Juan Álvarez/–Eran las 8 de la mañana de un sábado invernal. Cielo despejado de cielo azul y rayos de sol de la infancia. Rompiendo las sacrosantas reglas no escritas de su edad, que mandan apurar hasta el último segundo moralmente permitido bajo la calidez de las sábanas, los púgiles en ciernes contaban ya con todas sus constantes vitales activadas y en guardia. El pulso se empieza a acelerar. Pupilas dilatadas para captar la luz. Tensión muscular perfecta. Vacío en el estómago que no se llega a base de alimentos para que el rival no lo vacíe a base de mandobles colocados estratégica sobre el plexo. Los sábados de interclub, infantes y jóvenes que durante la semana se entremezclan de manera mimética a en la multitud, se erigen hoy en guerreros merecedores de la admiración de sus compañeros y amigos. Hoy les cubre una aureola especial que les diferencia del resto de nosotros. Hoy son héroes.

Camino y alboroto que se suceden de manera simultánea de camino a la arena. Mérida en el caso que nos ocupa. Chavales pierden e invierten las primeras horas de un perfecto sábado en la parte de atrás de unas furgonetas que les llevan al recinto que hará de moderno coliseo. Atravesar el océano verde de la dehesa extremeña, kilómetros de muros ganaderos construidos a piedra viva con la esperanza de escribir en capítulos de tres minutos una historia que merezca la pena ser contada durante generaciones. 

Allá donde perece la voluntad de unos nace la de otros y, con la colaboración de la Federación Extremeña de Boxeo y clubes de Badajoz, Mérida, Don Álvaro, Don Benito, Zafra… los kilómetros separados por la falta de tren se convierten en un  paseo a la hora de  boxear. 

Se abren las puertas del gimnasio. Adrien, el dueño de Box´in Mérida, no le tiene que decir a los participantes que nunca han pisado su gimnasio qué es lo que tienen que hacer. Risa nerviosa del anfitrión. Ilusión por lo que unos cuantos locos conseguir reunir. Hay una serie de automatismos que se repiten en todos los gimnasios. Lugares comunes del deporte de los puños que nos hacen sentirnos en casa cuando estamos a cientos o a miles de kilómetros del saco en el que asestamos nuestro primer golpe certero.

El vapor de la humanidad de los participantes comienza a caldear el reciento, el sol colabora también en esta empresa en la que nadie gana dinero pero en la que todos mueren por estar. Viandantes, familiares, amigos y camaradas de puños se comienzan a acercar en fraternal marcha a disfrutar de una mañana de sábado gratuita. El gimnasio pronto está a rebosar. Solo el pueblo salva al pueblo y solo la afición incondicional puede sacar al boxeo del pozo en el que algunas instituciones insisten en arrojar. 

Inicio de los emparejamientos por aptitudes, edades, peso. En un mundo tan pequeño como el boxeo en Extremadura tu rival siempre es un viejo conocido o es el inicio de una rivalidad que les obligará a conocerse. Gestos con la boca donde ya se guarda el bucal. El olor indescriptiblemente bello, agrio y rudo del sudor y la vaselina se convierte en el tambor de guerra que da comienzo a la batalla.  Mirada a los ojos de tu entrenador mientras te ciñe el yelmo de cuero. Conexión visual, eterna y paternal entre pupilo y mentor. Últimas directrices.

¿Quién se sube primero? Todo el mundo está pendiente del primer combate. Del primer asalto. Los que empiezan en un interclub abierto estarán más cerca de sentir lo que es la presión que el resto de los espectadores el resto de su vida. Tañido de campana y el murmullo da paso al jaleo, sobre el que solo se elevan directrices desde las esquinas para rubricar esta primera historia de tres minutos con su firma como la firma del campeón. 

Como en camas calientes el honor de estar arriba del ring se aferra con la misma rapidez con la que se suelta. Dos asaltos por pareja y agilidad para que todos los que han sacrificado su mañana de sábado para pelear tengan la oportunidad de lanzar su particular predicamento de dos asaltos sobre el púlpito del ring. Todos se han ganado la oportunidad de convertirse en héroes.

Al púgil que se baja del ring, gane o pierda, le envuelve la dignidad del licenciado romano que vuelve a casa tras décadas de campañas fuera del limes imperial. Los más allegados se acercan a abrazarles. Los desconocidos aplauden y el sonido de sus aplausos reverberan en el techo pasa así amplificar y transmitir la admiración que se siente por el que presta su cuerpo a otro para mejorar a base de golpes. 

Se suceden los combates. El nerviosismo aumenta para los que en la trastienda siguen haciendo sombra, saltando a la comba. Descarga de emociones para los que ya han cumplido y se mimetizan entre el público para apoyar a sus camaradas.

Da igual cómo tu nombre, peso, sexo o experiencia. Hugo, David, Xurima, Adrián… surge la hermandad entre trayectorias dispares. Vidas separadas durante semanas que aciertan a encontrarse un sábado de interclub donde pelear para demostrarnos a nosotros mismos que seguimos estando vivos.

Últimos diez segundos del último emparejamiento. Nuevo abrazo entre los otrora rivales y ahora hermanos de sangre por siempre. Nada une más que 180 segundos encerrado con quien te quiere doblegar y a quien tu quieres ver sobre la lona en justa lid. Se vacía el gimnasio y los mismos púgiles ayudan a recoger las impedimentas, aunque no sea su lugar de entrenamiento habitual. Cuidar las cosas que no son nuestras es igual síntoma de valía y humanidad que el despliegue físico sobre el rival.

Piernas cansadas y caras marcadas que vuelven a la parte de atrás de las furgonetas. Cansancio alegre del trabajo bien hecho y vuelta a cruzar el océano de la dehesa extremeña. Pensamientos sobre la redención en el próximo interclub.

Todo esto ocurrió una mañana de sábado invernal. 

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