AEBOX/Juan Álvarez/—“Siempre he creído que todo aquello que no eliges es lo que te define: tu ciudad, tu barrio, tu familia… Son cosas de las que la gente de aquí se enorgullece, para ellos son un logro. Almas envueltas en cuerpos, cuerpos envueltos en ciudades. He vivido en esta calle toda la vida, como casi todos mis vecinos”.
Uno puede salir de su barrio, pero el barrio no puede salir de uno. Aún con el esfuerzo titánico del maratoniano por alejarnos de la patria de nuestra infancia, en esas calles donde nuestra confianza sobre el piso nos permite caminar descalzos sin miedo a la herida por nuestro conocimiento del firme, la calle macera el resto de nuestra vida.
Pocos boxeadores llevaron su forma de vida y su sitio más a flor de piel, en la inmediatez inferior a la epidermis que nuestro protagonistas.
Fernando “El Chino Sánchez” llegó a su barrio, que no a este mundo, un 3 de marzo de 1948. Él fue desde su niñez ese elemento que no falta en todas las cuadrillas de amigos, el apodado “chino”: unos por apariencia, otros por un exótico desparpajo incalificable, otros por la más bonita herencia que se puede recibir, que es la del apodo familiar. Fernando se crió en las calles de Miranda de Ebro y allí aprendió el primer mandamiento del boxeador, que es ante todo la lucha por la supervivencia ante el peligro que se acerca mirada fija y paso apremiante hacia la propia humanidad. Suerte para él y placer para los devotos de las 16 cuerdas pronto entendió que sus habilidades serían mejor aprovechadas en el gimnasio y que la vida de boxeador necesita de ese instinto de inteligencia y, a la vez, su celosa necesidad de entrega impide que tengas que utilizarla fuera.
El chino tuvo un estilo de boxeo como las calles que le vieron nacer, creer, trasnochar y vivir. Cerrado, brusco, oscuro y húmedo; en muchas ocasiones brillante como el adoquín que se torna espejo bajo la luz del lucernario o queda atravesado por el rayo de luz y el rocío matutino. Desgarbado y pesado como barro de trinchera en su transición de la larga a la corta distancia, enjuto y seco en el cuerpo a cuerpo, rabioso y emanando la eterna sensación de golpes de rabia del que desearía quitarse los guantes y comenzar la lid a puño descubierto en honor a las viejas costumbres.
El chino debutó en el Salón imperio de Miranda en el 73, cuando el franquismo se estrellaba y él despegaba, contra Amado López, en un combate que duró cuatro asaltos de los seis a los que se rubricó. Primera derrota tres meses después ante Cristóbal Rosado, nuevo tropiezo ante el experimentado Fouz y ristra de victorias para comenzar a mostrarnos el excelente Superligero que llegó a ser y al que hoy ya echamos de menos.
Tras cinco años de defensas exitosas del Superligero español en la antigua plaza de toros de Miranda de Ebro conseguía la mayor hazaña de su carrera deportiva tras derrotar a Colin Powers en el capítulo 12 de los 15 a los que se había pactado la contienda. Ver el combate hoy es ver ese boxeo añejo de un Chino con pelo setentero y estilo poco ortodoxo fajarse hasta el final ante un boxeador canónico que no fue capaz de desentrañar el estilo del Chino simplemente porque el estilo del chino era pegar más fuerte que su rival. Los árbitros Amleto Bellagamba, Jean Deswert y Kurt Rado se quedaron sin oficio en ese combate. El chino no necesitaba, al igual que Dalí ante los profesores de la Real Academia de San Fernando, que nadie califique su desempeño y su talente. Defensa exitosa ante Martinese en la Casilla y derrota ante Heredia en la Malagueta que no pudieron empañar ni en ese momento la leyenda que ya comenzaba ser el Chino, que se retiraba nueve años y medio después de su debut con un grandioso récord de 44-11- 3 un más de una decena de defensas exitosas de títulos nacionales y continentales.
El Chino nos abandona después de demostrar que la inmensidad del globo, del continente y del país no podían albergar durante más tiempo la inmensidad de su 1,66m. Falleció donde nació, donde creció y cómo peleó, porque el Chino fue una persona valiente, consecuente de principio a fin, y porque uno puede abandonar el barrio, pero el barrio nunca te abandona a ti.
Descanse en paz.